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¿Se da el bautismo del Espíritu Santo en un momento distinto a la conversión?Espírti

Pregunta:

Gracias, pastor Julio: Mucho le agradecería las orientaciones bíblicas sobre el llamado «bautismo en el Espíritu Santo», diferente a que al Espíritu Santo lo recibimos al aceptar al Señor Jesucristo como nuestro Salvador perrsonal. Oyendo a algunos pastores de iglesias que dicen que son dos cosas diferentes, mostrando, inclusive pasajes bìblicos, me ha creado la incertidumbre. Foro Bíblico ¿pudiera ayudarme? De nuevo muchas gracias y que el Señor lo continúe bendiciendo para nuestro beneficio, Cecilia

Respuesta:

Apreciada hermana Cecilia,
Gracias por enviarnos su pregunta.

Con el fin de ser lo más claro y lo más bíblicos en la respuesta, analizaremos cada uno de los pasajes, más sobresalientes, que hablan del bautismo en el Espíritu Santo:
 – Mateo 3:11; Mr. 1:8; Lc. 3:16. “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. Juan el Bautista reconoce que su ministerio sólo incluye el llamado al arrepentimiento y la aplicación del signo externo a los arrepentidos, es decir, el bautismo en agua. Pero él es conciente de su incapacidad para convertir realmente a las personas, o darles los dones espirituales necesarios para su crecimiento en la vida de fe. No obstante, pronto estaba por aparecer aquel que era más poderoso que Juan el Bautista, el cual tenía la capacidad de bautizar, ya no con agua, sino con el Espíritu Santo; es decir, el Mesías, Jesús, llenaría con su Espíritu a los creyentes, regenerándoles, santificándoles y dándoles los dones necesarios para el ejercicio de la vida cristiana y la edificación de la iglesia. Jesús bautizaría a los suyos con el Espíritu Santo y fuego. Esta promesa de Juan se cumplió en Pentecostés y los eventos subsiguientes, relatados en el libro de los Hechos. Jesús, al despedirse de los discípulos les ordenó que no iniciaran aún la labor de expansión en Judea “sino que esperasen la promesa del Padre, la cual les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch. 1:4-5).
La espera de los discípulos fue hasta el día de Pentecostés, en el cual se cumplió la profecía de Juan y fueron todos bautizados con el Espíritu Santo y fuego: “Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hch. 2:2-4). El Mesías redentor ahora estaba bautizando a sus discípulos, tal y como había dicho Juan el Bautista que lo haría. Este bautismo no se pudo dar antes de su resurrección y ascensión a los cielos, porque se necesitaba que la obra expiatoria se hubiese cumplido en la tierra, y que hubiese sido aprobada en los cielos.
Una vez que Jesús ocupa su lugar como sacerdote y rey a la diestra del Dios Padre, entonces el Espíritu Santo desciende sobre los redimidos de manera poderosa capacitándoles sobrenaturalmente para que cumplan la Gran comisión dada por Cristo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:18-20).
Esta comisión de anunciar el evangelio en todo el mundo, era una tarea muy grande para unos cuantos discípulos, por lo tanto Jesús les promete un poder sobrenatural que les ayudará para ser verdaderos testigos del evangelio de Jesucristo en todo el mundo: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos (martis) en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8). Sólo con el poder o el bautismo del Espíritu Santo (que se cumplió en el día de Pentecostés) los discípulos podrían ser verdaderos testigos de Cristo. Es interesante notar que la palabra griega para testigo es la raíz de la palabra española mártir. Esto da a entender que sólo por el poder de lo alto se podría llevar el evangelio a toda la tierra, así esto implicara la muerte. De manera que el suceso de Hechos 2, es decir, de Pentecostés, es el cumplimiento de la promesa de Cristo de que revestiría a la iglesia con el poder sobrenatural del Espíritu Santo.
Ahora, debemos preguntarnos, ¿se promete en las Sagradas Escrituras que los creyentes recibirían nuevamente y constantemente en todos los lugares del mundo y en todas las épocas otros bautismos con el Espíritu Santo tal y como se dio en Pentecostés? Es claro por los textos que hemos vistos que la profecía del bautismo con Espíritu Santo y fuego de Juan el Bautista, y la promesa de Cristo de que los discípulos recibirían el poder del Espíritu Santo se cumplió en Pentecostés (lea Hch. 1:4-5). La capacidad de hablar en diversas lenguas (literalmente, idiomas) que recibieron milagrosamente los discípulos en el día de pentecostés es una evidencia de que habían recibido el poder o la capacidad de lo alto para ir a todos los rincones del mundo y cumplir la gran comisión. La diversidad de idiomas que se hablaron en ese día, era un indicativo para los discípulos de que no sólo debían predicar el evangelio a los judíos, en la lengua hebrea o aramea, sino a todos los habitantes del planeta en sus diversos idiomas.
Es interesante notar que cuando Pedro es preguntado por los judíos, que estaban atónitos viendo los hechos sobrenaturales del día pentecostés, acerca de qué debían hacer para ser salvos, él les responde. “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch. 2:38). Si estas personas mostraban su conversión a Cristo a través del arrepentimiento y el bautismo en agua, entonces, también ellos participarían del Espíritu Santo, pues, el don del Espíritu no son las lenguas, sino Él mismo. Es decir, si ellos creían realmente en el Señor, entonces también serían revestidos de poder para ser testigos en todo el mundo.
Por lo tanto, toda persona que en el cualquier lugar del mundo, y en cualquier época luego de pentecostés, es convertida al Evangelio, también participa del revestimiento con poder del Espíritu Santo. Esto es algo automático que se da en el creyente. Es interesante notar que en las cartas apostólicas, las cuales de una manera clara instruyen doctrinalmente a la iglesia, cuando se habla del bautismo con el Espíritu Santo, se presenta como algo inmediato o concomitante a la conversión: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres” (1 Cor. 12:13). ¿En qué momento son unidos los creyentes al cuerpo de Cristo? En el momento de la conversión, pues, el Espíritu Santo nos traslada rel reino de la oscuridad al reino de la luz.
Todos los que son de Cristo están unidos a él en un solo cuerpo, y esta unión es dada por el bautisto con el Espíritu Santo; en consecuencia, luego de Pentecostés, el bautisto con el Espíritu Santo se da conjuntamente con la conversión. No encontramos un solo texto en el Nuevo Testamento, luego de Pentecostés, que invite a los creyentes a esperar un bautismo con el Espíritu Santo como el que se dio en Hechos capítulo 2, ¿por qué? No porque el Espíritu no esté bautizando ahora, sino porque este bautismo de poder sobrenatural que nos capacita para ser testigos de Cristo lo recibimos en la conversión. Juan, el autor de la primera carta que lleva su nombre, le escribe a los creyentes de finales del siglo I, él les asegura a sus lectores que la forma de estar seguros de pertenecer al Señor es el haber recibido el Espíritu Santo: “En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1 Jn. 4:13), y quiénes son los permanecen en él, ¿quiénes son los que han recibido al Espíritu Santo? Todos los que creen en Jesús como el Hijo de Dios “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Jn. 4:15).
Así que, los apóstoles, luego de pentecostés, nos presentan a los creyentes recibiendo el bautismo del Espíritu Santo inmediamente con la conversión a Cristo. En Hechos 8:15-17 se nos narra la introducción del Evangelio entre los samaritanos, una clase de personas distinta a los judíos, pues, ellos eran una mezcla entre tribus de Israel y gente pagana. Estos samaritanos, personas no totalmente judías, habían creido en el evangelio y se habían bautizado en agua (tal como los creyentes judíos se habían bautizado con el bautismo en agua de Juan), pero aún les hacía falta una cosa, ser llenos del Espíritu, recibir realmente el poder que los transformaría totalmente. De manera que dos apóstoles visitan esta ciudad y oran para que los bautizados reciban el Espíritu Santo.
Ahora, ¿podemos concluir en este pasaje que hay que orar por todos los nuevos convertidos para que reciban el Espíritu Santo? No, pues, el evangelio estaba entrando a nuevas categorías de personas, es decir, a los samaritanos, y se necesitó una evidencia visible, especialmente delante de los judíos, de que el Evangelio no sólo era para ellos sino también para los samaritanos, que así como el Espíritu bautizó a los judíos convertidos, también bautiza a los samaritanos. Recordemos que ni siquiera los apóstoles habían comprendido el alcance universal del evangelio, ellos pensaban que sólo era para los judíos. De allí que Dios da evidencias externas de que todos estaban siendo aceptados por él a través de Jesucristo, y la manera de poner este sello era a través de una experiencia similar a la de pentecostés; y esto queda claro en que cuando los gentiles también reciben el evangelio, se repite el hecho de recibir al Espíritu Santo con la evidencia de las lenguas: “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circincición que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios” (Hch. 10:44-46).
¿En qué momento fueron bautizados los gentiles con el Espíritu Santo? ¿Lueego de la conversión, como una segunda experiencia? No, en el momento de la conversión. Incluso, después fueron bautizados en agua “Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno mipedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros” (Hch. 10:47). Pero luego, cuando los demás judíos, samaritanos y gentiles se convierten, ya no se dice que reciben la evidencia externa del bautismo del Espíritu Santo, sino que este bautismo ya se daba por sentado en él, así como se da por hecho en cada uno de nosotros, en el momento de la conversión.
El apóstol Pedro también le escribe a los creyentes pos-pentecostés y les dice que ellos han recibido el Espíritu Santo en el momento de la regeneración: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible…” (1 Ped. 1:22). Que Pedro, el mismo que predicó el día de Pentecostés diciendo que se había cumplido la promesa de la venida del Espíritu Santo sobre la iglesia, de una vez y para siempre, estaba convencido que el bautismo con el Espíritu Santo, tal y como se dio en Hechos 2, era un evento irrepetible, y que de ellí en adelante los cristianos lo recibirían en el momento de la conversión, se deja ver en 1 Ped. 1:2 “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo.” En el momento de ser lavados por la sangre de Cristo, somo invadidos de la presencia gloria del Espíritu Santo.
Santiago, probablemente el pastor de la Iglesia de Jerulasén, también conocido cono Jacobo, el medio hermano del Señor Jesús, en su carta universal, hablando del Espíritu Santo, nos dice: “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” ¿En quiénes ha hecho morada el Espíritu Santo? En los hermanos. En los que han creido en Cristo, en los que forman parte de la iglesia.
Los escritores del Nuevo Testamento, luego de Pentecostés, ven a todos los creyentes bautizados con el Espíritu Santo. Vuelvo a insistir, no encontramos en ninguna carta apostólica instrucciones para que los cristianos esperen un nuevo bautismo con el Espíritu Santo, acompañado de lenguas y fuego; ¿por qué? No porque ahora los cristianos no necesiten del bautismo del Espíritu Santo, sino porque el Pentecostés se dio una vez y para siempre, y de la misma manera que la crucificción y la resurrección se dieron una sola vez, y luego todos los creyentes recibimos los beneficios de estos actos, el Pentecostés también fue un acto único e irrepetible, pero de consecuencias eternas para la iglesia. Ahora todos los creyentes, una vez venimos a Cristo, el Espíritu Santo nos bautiza con poder para que seamos testigos del Evangelio en todas partes.

También Pablo, el apóstol, en su carta a Tito nos deja ver que los creyentes pos-pentecostés reciben la abundancia de la presencia del Espíritu Santo en el momento de la conversión: “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3:5-6).
 Pablo le ordena a todos los creyentes que guarden “el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros” (2 Tim. 1:14); ¿Quiénes son responsables de guardar el buen depósito? Todos los creyentes, en consecuencia, todos los verdaderos creyentes son morada del Espíritu Santo. Si buscamos en todas las cartas apostólicas el tema del bautismo con el Espíritu Santo, encontraremos que éste se da por sentado está presente en todos los creyentes y no hay mandato alguno para buscarlo como algo adicional pos-regeneración. Ahora, esto no significa que los creyentes no debemos buscar la llenera con el Espíritu Santo, pues, si bien todos los salvos gozan de la presencia de la Tercera Persona de la Trinidad, no obstante, hay un sentido en el cual de manera constante debemos ser llenos del Espíritu Santo.
Los cristianos de la iglesia de Jerusalén fueron llenos del Espíritu Santo en Pentecostés, y luego también fueron llenos cuando pidieron al Señor les diera coraje para seguir predicando el evangelio a pesar de la persecución, entonces, “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hch. 4:31). Es importante resaltar que en esta oportunidad ya no hablaban en lenguas o idiomas que ellos desconocían, sino que, en su propia lengua nativa, predicaban con denuedo la Palabra de Dios, es decir, el evangelio. Este es el resultado de estar llenos del Espíritu de Dios, que podemos predicar sin temor el evangelio de salvación. Así como Pedro, luego de ser lleno del Espíritu Santo en Pentecostés pudo predicar, ya no con temor, sino con poder, del evangelio de Cristo, de la misma manera todos los creyentes debemos anhelar ser llenos del Espíritu Santo, no para poder ostentar el hablar en “lenguas”, sino para que recibamos el poder que nos permitirá ser testigos de Cristo en todo lugar, hablando del mensaje de salvación que procede de la cruz.
Pablo, el apóstol, exortó a los creyentes diciendo: “No os embriguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu Santo” (Ef. 5:18). De manera que todos los creyentes debemos ejercitarnos en aquello que contribuye a estar llenándonos del Espíritu Santo, y el apóstol nos indica cómo es que nos llenamos del Espíritu: “hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales…” (Ef. 5:19); pero, Pablo, en un pasaje paralelo nos explica aún mejor la forma de ser llenos del Espíritu Santo: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales…” (Col. 3:16).

Su servidor en Cristo,

Julio César Benítez

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