2. La vestimenta de los primeros pecadores

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La Vestimenta de los primeros pecadores

En Génesis 3: 7 dice el Señor: “Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”. Y en Génesis 3: 21 leemos: “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”.

El hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza; y era perfecto, era la imagen de Dios en el reino de Dios. Y Dios no lo vistió cuando lo creó porque era puro y santo, y no tenía necesidad de que algo lo cubriera; ocultarlo sería como cubrir la imagen de Dios.

La desnudez de su cuerpo reflejaba la pureza y santidad de su alma. El hombre, imagen pura de Dios, no tenía nada que ocultar ni de qué avergonzarse. Por eso al crearlo Dios no lo vistió.

Pero una vez pecó, la imagen de Dios en él fue destruida, se convirtió en algo contrario a lo que era originalmente. Apareció el mal y el hombre cayó en un estado de depravación total, algo horrible, algo vergonzoso. Si el alma del hombre pudiera ser vista en aquel momento reflejaría algo monstruoso.

Contaminada con la inmundicia, con la maldad, el hombre ya no es lo que fue e instintivamente siente vergüenza; quiere cubrirse para no ser visto en su recién adquirida fealdad. Lo bello se descubre, lo feo se cubre. El hombre sabe que ahora tiene esa fealdad; no puede cubrir su alma, asiento de tal fealdad, entonces instintivamente cubre su cuerpo, porque el mal ha hecho que tenga mucho que ocultar.

Pero cubrirse él mismo, y con materiales vegetales, es algo totalmente desaprobado por Dios. Noten de nuevo, su vestimenta la hizo él mismo y eso lo desaprueba Dios, lo mismo que el material con el que la hizo.

Y aquí la vestimenta de los primeros pecadores es una sombra de la Cruz, porque Dios no permite que por obras humanas el hombre mismo cubra su vergüenza. Tal cubrimiento debe ser hecho por Dios mismo; la salvación será obra de Dios y no del mismo hombre. Y Dios no admite materiales vegetales sino la piel de animales, porque Dios ha establecido que: “…sin derramamiento de sangre no se hace remisión”, Hebreos 9: 22, Sin derramamiento de sangre no habrá forma jamás de quitar la inmundicia o limpiar el pecado. Debe morir una víctima inocente, en este caso un animal, para que haya derramamiento de sangre y se pueda cubrir el pecado.

Dios por medio de sangre les hace túnicas que cubren del cuello a los tobillos, porque ahora sus almas son solo inmundicia, comparando lo que antes eran con lo que ahora son.

Ya no son más la imagen de Dios, aunque algo queda en ellos. No deben mostrar lo que son, porque ahora no son como su Creador. Vestidos, cubiertos, esconden su maldad hasta que llegue la purificación y la nueva creación, con una nueva vestimenta que es Cristo, como dice Gálatas 3: 26 y 27: “...pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”.

De esa manera la vestimenta de los primeros pecadores es una sombra de la Cruz. Cristo es la víctima inocente que debe morir para vestir con su justicia y purificar el alma de muchos pecadores, que van a ser salvados y que recuperarán la imagen de Dios.

Cristo derrama su sangre en la Cruz para purificar al pecador de su inmundicia y para vestirlo de su justicia, con su obediencia perfecta que en 33 años presentó al Creador, y con la que viste a todos los que vino a salvar. Su obra perfecta es vestidura perfecta, que cubrirá a almas perfectamente recreadas a la imagen de Dios

Esta obra de vestir a los pecadores de esta manera no es de hombres, es de Dios. El hombre que intente vestirse a sí mismo será hallado en harapos inmundos y será condenado. El hombre que es vestido por la obra de la Cruz podrá regresar al Paraíso y vivir eternamente con el Gran Creador.

Así la vestimenta de los primeros pecadores es una sombra de la Cruz, que viste de justicia y santidad a todos los pecadores que por ella se acercan a Dios

¡Oh, Señor! Desnudos estábamos cuando nos creaste porque éramos tu imagen, vestidos de Adán quedamos cuando pecamos contra ti; vestidos de Cristo estamos cuando nos das fe en la Cruz, y vestidos de Cristo en ropas blancas estaremos por toda la eternidad, vestidos no de vegetales por mano humana sino vestidos con perfección hecha por mano divina y por sangre.

¡Oh, Señor! Cuán grande es la Cruz. Ella trae a la vida a la segunda Eva y le asegura su vestimenta en hermosura por toda la eternidad.

¡Oh, Señor! Déjanos conocer y admirar cada día mucho más la grandeza de la Cruz, te lo suplicamos, en el Nombre de Cristo, Amén.

 

 

De Cristo vestidos -Poesía-

 

 De Dios su imagen a exhibir

El recién creado Adán no está vestido;

Con nada se tiene que cubrir

Pues, hasta ahora, a Dios ha obedecido.

 

Cae en pecado, ¡Oh gran tragedia!,

Su alma yace en grande mal;

Y ahora la vergüenza que lo asedia

Se cubre con hojas, un delantal.

 

Tal cubierta es de mano humana,

Esto Dios lo debe rechazar.

Solo de fuente divina emana

El vestido que Dios va a aceptar.

 

Con hojas no es fabricado

El vestido que con sangre es hecho;

La justicia del Crucificado

Solo ella deja a Dios satisfecho.

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