6. Padre, da a tu unigénito,

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Padre da a tu unigenito

La palabra “Unigénito” quiere decir hijo único. Abraham tenía en ese momento dos hijos, Ismael e Isaac, pero solo Isaac era el hijo de la promesa, el unigénito de la promesa.

En Génesis 22, versículos del 1 al 14, dice Dios: “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros. Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿Dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto, se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto”.

Un padre como Abraham, que sacrifica a su hijo unigénito, es sin duda una sombra de la Cruz. En Juan 3: 16 así dice el Señor: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Abraham esperó unos 25 años, aproximadamente, luego que Dios le prometió tener un hijo con su esposa Sara, siendo ella estéril y ambos ya ancianos. Para este padre este hijo era de un valor incalculable y pasó toda una carrera creciendo en la fe, con victorias y caídas, en esta espera. 

Entonces viene otra prueba para la fe de Abraham, el padre debe sacrificar sobre un altar a su hijo unigénito. ¡Qué gran prueba! Lo primero que notamos en ella es que va en contravía de lo que Dios había prometido a Abraham que, de un descendiente suyo, con Sara, vendría una gran nación, y en él serían benditas todas las naciones de la tierra.

Es como si Dios estuviera poniendo en peligro su promesa, y eso hace doblemente difícil la obediencia de Abraham. Pero, aun así, el Patriarca decide obedecer y al hacerlo presenta una de las más extraordinarias sombras de la Cruz.

Allí está en el monte señalado por Dios un padre exaltado como Abraham, poniendo a su hijo unigénito sobre un altar de piedras, cubierto con maderas, con un cuchillo en su mano, y en su corazón ya había sacrificado a Isaac. Por su fe Abraham fue convencido de que, si él mataba a su hijo, de todos modos, de alguna manera, probablemente por resurrección, Dios cumpliría su promesa.

El padre exaltado sacrificó a su unigénito en su corazón. ¡Oh! Qué gran hazaña realizó nuestro padre en la fe, Abraham. 

En la relación padre e hijo entre Abraham e Isaac se ve la sombra de la Cruz, lo mismo que en el carnero que sustituye a Isaac. En el carnero degollado, totalmente quemado y su sangre derramada sobre el altar, también se ve la sombra de la Cruz. En Dios proveyéndose a sí mismo en el monte para sustituir al sentenciado, se ve igualmente la sombra de la Cruz.

Normalmente vemos en este pasaje la grandeza de la fe de Abraham al realizar tan grande hazaña de obediencia, y eso es adecuado, pero también debemos ver en toda la escena la grandeza de la Cruz. Aquí vemos a todos los actores en la obra de la Cruz, el Padre Eterno, el más exaltado; el Hijo Eterno, como sustituto, el más valioso, el altar del sacrificio donde derramó su sangre de valor infinito, la Cruz, y el pecador sustituido, salvado para vivir todas las promesas de Dios sobre Isaac, usted y yo y todos los demás escogidos.

¡Oh, qué grande es la Cruz y qué maravilloso es verla desde sus sombras! Es algo que hace arder nuestro corazón, como aquella tarde en el camino a Emaús.

¡Oh, Señor! Qué grande eres al comunicar tu verdad de esta manera desde el pasado, y ahora dejarnos ver con claridad en el Nuevo Testamento su significado para nuestro deleite y para el crecimiento de nuestra pasión por tí. Porque para nosotros tu plan es grandioso, y la forma en que lo das a conocer es más que maravilloso. 

Usar estos hechos reales de la vida diaria para comunicar la grandeza de la Cruz es algo más que maravilloso.

¡Oh, Señor! Gracias porque hemos creído en el Padre muy exaltado, que entregó a su Hijo Unigénito para sustituirnos en el castigo merecido. ¡Gracias! Por tan perfecta salvación reveladas por ti en el pasado por las sombras de la Cruz.

Te agradecemos por tan grande salvación y por tan grande revelación hecha por medio de estos acontecimientos reales, en los cuales nos deleitamos ahora al ver en ellos las sombras de la Cruz.

¡Gracias te damos Señor, en el Nombre de Cristo, Amén!



Padre, da a tu unigénito -Poesía-

 

De entre paganos lo he elegido,

De su familia lo separé;

De pruebas el recorrido

Para hacerlo un gigante de la fe.

 

La estéril ha de engendrar,

Espéralo que ocurrirá;

Unigénito él podrá abrazar

Y en altar de piedra me lo ofrecerá.

 

La sombra de la Cruz prefigura

Un padre que ofrece a su hijo.

En su corazón la fe le asegura

Que Dios no mutará lo que dijo.

 

Un hijo unigénito atado

Sobre piedras y madera al altar, 

A punto de ser sacrificado,

Un carnero lo va a reemplazar.

 

Aquel cuchillo fue detenido,

¡No a mates tu hijo Abraham!

Mi Hijo yo he ofrecido,

Por su muerte tú y él se salvarán.

 

Padre e hijo en esta gran escena,

De antaño, de la Cruz hablará.

Pues el Padre que la tierra llena

Su Unigénito no rescatará. Amén.

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