En Éxodo 24, entre los versículos 1 al 11, así dice el Señor: “Dijo Jehová a Moisés: Sube ante Jehová, tú, y Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y os inclinaréis desde lejos. Pero Moisés solo se acercará a Jehová; y ellos no se acerquen, ni suba el pueblo con él. Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho. Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová, y levantándose de mañana edificó un altar al pie del monte, y doce columnas, según las doce tribus de Israel. Y envió jóvenes de los hijos de Israel, los cuales ofrecieron holocaustos y becerros como sacrificios de paz a Jehová. Y Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas. Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron”.
En este momento de la historia del pueblo de Israel se estaban poniendo las bases para la nación, en la que nacería el Hijo de Eva que heriría a la serpiente en la cabeza, la simiente de Abraham, de la que nacerían todas las naciones de la tierra.
Tales cimientos son leyes morales, civiles y ceremoniales, y todo esto en el marco de un pacto condicional que exige obediencia a esas leyes, en el que el bienestar de la nación depende de obedecerlas.
Este pacto es ratificado aquí. Dios invita a los príncipes, en representación de toda la nación, para ratificar el pacto y acercarse a Él. Pero para acercarse a Dios y para sellar el pacto se necesita sangre derramada, que representa la satisfacción de la justicia de Dios.
El pecado del hombre provoca la ira de Dios, y solo la muerte de un sustituto adecuado quita la culpa del hombre y aplaca la ira divina. Por eso Moisés realiza sacrificios de animales y derrama sangre sobre el altar de Dios; aquí la sangre es una sombra de la Cruz, y tiene un efecto pedagógico que viene de la genialidad didáctica de Dios.
Es obvio que la sangre de animales no satisface la justicia de Dios; solo la sangre del Dios Hombre puede quitar la culpa, puede dar justificación, puede aplacar la ira de Dios y puede dar propiciación. Solo la sangre del Dios Hombre va a permitir que aquellos pecadores, los principales, los gobernantes, que representan a todo el pueblo, se puedan acercar a Dios.
Hasta aquí en la escena todo es similar a lo que ya conocemos, pero aún falta algo, los beneficios del derramamiento de la sangre de ese Dios Hombre deben ser aplicados a todo el pueblo, y solo así, solo así, el hombre pecador es justificado, purificado y reconciliado; solo así se hacen propiciación y redención, adopción y santificación, y se hará glorificación; solo así pueden los pecadores acercarse a Dios y tener comunión íntima con Él, con la sangre rociada como se ve en la parte final del pasaje.
Después que recibieron la sangre rociada, los príncipes, representando a todo el pueblo, tuvieron una cena íntima con Dios. Solo los que recibieron la sangre rociada pueden ver a Dios y cenar con Él. ¿Pueden ver esta hermosa sombra de la Cruz?
La exigencia de obedecer la Ley Moral también está sobre nosotros, pero no la obedecemos y merecemos la ira de Dios. Pero Dios sacrifica el cordero de valor infinito y derrama su sangre, es decir, satisface su propia justicia y luego, simbólicamente hablando, rocía esa preciosa sangre sobre todos sus elegidos, como dice 1 Pedro 1, versículo 2: “…elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas”.
El apóstol Pedro toma esa sombra de la Cruz, que se encuentra en Éxodo 24, y la aplica a los elegidos de Dios de todas las épocas. Por esa sangre rociada o aplicada podemos ahora ver a Dios y tener una cena íntima con Él; y esta visión de Dios y cena con Dios, asegurada por la sangre rociada de Cristo, nos es reconfirmada por la Santa Cena.
¡Oh! Qué completa y gloriosa es esta sombra de la Cruz, que hace estar cada día más admirado de la grandeza de la Cruz y de la genialidad didáctica de Dios. Nadie enseña como Dios enseña, su genio didáctico es insuperable.
¡Oh! Esta sangre derramada y rociada es lo que el ser humano verdaderamente necesita. Damos gracias a Dios por la sangre rociada, por ella podemos obedecer a Dios, pues fuimos rociados para obedecer a Dios.
¡Oh! Esta sangre rociada nos permitirá hacer, en todo, la voluntad de Dios, no para asegurar nuestro bienestar, como en el pacto antiguo, sino para demostrar al Gran Creador que lo amamos, y que le agradecemos el grandísimo amor con que nos salvó.
Que el Señor nos use para proclamar la eficacia de la sangre rociada y que muchos crean este Evangelio. Te rogamos que lo hagas así con nosotros, Oh Señor. Úsanos para que muchos crean este Evangelio de la sangre rociada. Te lo pedimos en el Nombre de Cristo, Amén.
La sangre rociada -Poesía-
Dios la historia ha avanzado,
Una nación Él engendró,
Un pacto antiguo les ha dado,
Y con sangre lo ratificó.
Moisés trae los príncipes:
Ellos conmigo cenarán,
Me verán sobre las nubes,
Enlozado de zafiro pisarán.
Pero antes, derrama de víctimas la sangre,
Sobre el altar la verterás;
Para que su vida no peligre,
A todos los rociaras.
¡Oh, esa sangre rociada!
Sombra es de la Cruz;
De valor infinito calculada,
Para los elegidos, vida y luz.
En Dios genialidad didáctica,
Las sombras en Él ya tienen voz;
La que hoy ya nos explica
En primera de Pedro 2: 2.
La sangre rociada es sublime,
Salvación en ella tengo yo;
Obra de Dios quien me redime
Cuando su gota sobre mí cayó. Amén.