Así dice el Señor en Levítico 3, versículos del 1 al 5: “Si su ofrenda fuere sacrificio de paz, si hubiere de ofrecerla de ganado vacuno, sea macho o hembra, sin defecto la ofrecerá delante de Jehová. Pondrá su mano sobre la cabeza de su ofrenda, y la degollará a la puerta del tabernáculo de reunión; y los sacerdotes hijos de Aarón rociarán su sangre sobre el altar alrededor.
Luego ofrecerá del sacrificio de paz, como ofrenda encendida a Jehová, la grosura que cubre los intestinos, y toda la grosura que está sobre las entrañas, y los dos riñones y la grosura que está sobre ellos, y sobre los ijares; y con los riñones quitará la grosura de los intestinos que está sobre el hígado. Y los hijos de Aarón harán arder esto en el altar, sobre el holocausto que estará sobre la leña que habrá encima del fuego; es ofrenda de olor grato para Jehová”.
Continuamos en el libro de Levítico respondiendo a la pregunta ¿Cómo puede un Dios tres veces santo permitir que se acerque a Él y serle agradable un pecador inmundo? Ya vimos que los patriarcas lo sabían, por medio del sacrificio de una víctima inocente, que sustituye al pecador, y satisface la justicia de Dios. Obviamente el sacrificio de animales no satisface la justicia de Dios, pero ellos apuntan al grandioso sacrificio de Cristo, que sí la satisface; aquellos sacrificios de animales eran por tanto “Sombras de la Cruz”.
Ya vimos en el episodio número 10 el primero de estos sacrificios, “El Holocausto” o la ofrenda totalmente quemada. Ahora vemos el “Sacrificio de Paz”. La motivación para hacer este sacrificio de paz no era buscar perdón o reconciliación, era la acción de gracias o hacer un voto a Jehová, como veremos en el capítulo número 7 de Levítico.
Pero aún si fuera para dar gracias, o para hacer un voto, sin una víctima no podrían acercarse al Dios Santo. El sacrificio se hacía a la puerta del tabernáculo; lo dicho, sin muerte sustitutiva no hay entrada a la casa de Dios, no hay una llave que abra la puerta al Lugar Santísimo sino la muerte de un sustituto.
También se imponían las manos sobre el animal, pero no como transferencia de pecados como vimos en el holocausto, pues este sacrificio no era por haber pecado, sin embargo, se hacía con ello una identificación con la víctima como queriendo decir: “De todas maneras, así venga a darte gracias, Señor, yo soy el que debería morir, no la víctima”.
Los sacerdotes luego rociaban la sangre sobre el altar, porque sin expiación no hay aproximación a Dios, así sea para dar gracias. El sacerdote quemaba la sangre del animal, y era ofrenda en olor grato a Jehová. Pero aquí se introduce algo nuevo, se podía comer la carne del animal; había una cena de comunión con Dios, gracias al sacrificio.
Veamos lo que se lee en Levítico, capítulo 7, entre los versos 15 al 17: “Y la carne del sacrificio de paz en acción de gracias se comerá en el día que fuere ofrecida; no dejarán de ella nada para otro día. Mas si el sacrificio de su ofrenda fuere voto, o voluntario, será comido en el día que ofreciere su sacrificio, y lo que de él quedare, lo comerán al día siguiente; y lo que quedare de la carne del sacrificio hasta el tercer día, será quemado en el fuego”.
Esto que leemos añade algo a la imagen que van pintando las sombras de la Cruz. Sin duda este sacrificio de paz era una sombra de la Cruz. Nos muestra que los seres humanos ya salvos seguimos necesitando la Cruz hasta para traer acciones de gracias a Dios. Sin la Cruz no hay posibilidad de aproximación a Dios por ninguna razón; con la Cruz hay total libertad de aproximación.
Y, algo más, según esta sombra hay una cena de comunión entre el pecador purificado por la expiación del holocausto, que se hacía antes del sacrificio de paz, y el tres veces Santo Dios. Esa cena de comunión solo es posible por la expiación del holocausto y luego este sacrificio de paz, y es algo maravilloso.
Esta cena de comunión de pacto, que vemos en esta sombra de la Cruz, nos lleva a pensar en un símbolo que tenemos de la Cruz, la Santa Cena, que no es una sombra de la Cruz, sino que es un símbolo de la Cruz.
En Colosenses 1: 20 así dice el Señor: “…y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”. La Cruz es un sacrificio que trae paz entre el cielo, y gracias a ella somos adoptados delante de nuestro Creador. Adoptados y aceptados y luego, gracias a ella, podemos acercarnos a nuestro Creador para darle gracias, sin necesidad de más. La Cruz nos abre la puerta para siempre, y esta es la puerta que se abre y ninguno cierra.
¡Oh! Cuán grande es la Cruz. Ella es la causa de nuestro agradecimiento y la puerta abierta que nos permite acercarnos a nuestro Padre Dios, en cualquier momento, para expresarle gratitud por ese motivo, o por cualquier otro que las muchas bendiciones recibidas nos llevan a expresarle a nuestro Dios reconciliado.
¡Oh, Señor! Gracias por esa gran libertad que tenemos delante de ti, que puedo darte gracias y acercarme a cenar contigo, de manera especial desde que Cristo murió por mí y su Gracia me salvó. Has Señor que mi corazón sea más ardiente, deseando comunión contigo.
¡Oh, Señor! Necesito la Cruz hasta para darte gracias. Es un pensamiento profundo que la exalta a ella y me humilla a mí. Engrandece cada vez más tu Cruz en mí; te lo suplico en el Nombre de Cristo, Amén.
Corazón agradecido -Poesía-
Privilegiado fue Israel,
Pueblo antiguo del Señor
Pues moraba en medio de él,
En tienda el Gran Creador.
Pero ¿Quién acercarse podía
A dar gracias a Jehová,
Si sus beneficios recibía?
Era obstáculo su santidad.
Sacrificio de paz es la llave,
La puerta este abrirá;
Sombra de la Cruz Él trae,
Olor fragante producirá.
Después del rito, una cena,
¡Oh qué gozo estremecedor!
Acercarse a Dios es hora buena,
No hay alegría superior.
Tal cena aún era figura,
La Cruz mayor cercanía nos da;
La Cruz es intimidad que perdura
Pues ella nos da su Santidad.
Por la Cruz puedo agradecer
Todos los días de mi vida;
Sin protocolo puedo acceder
Y adorar con mi alma agradecida. ¡Amén!