Levítico 7: 26 al 27 habla sobre la prohibición de comer sangre de animales y así dice el Señor: “Además, ninguna sangre comeréis en ningún lugar en donde habitéis, ni de aves ni de bestias. Cualquier persona que comiere de alguna sangre, la tal persona será cortada de entre su pueblo”.
Las sombras de la Cruz son un rastro de sangre, que fue anticipada por el derramamiento de la sangre de millones de animales. Dios separa, o santifica, la sangre de los animales para un uso sagrado, para que represente la muerte de su Hijo encarnado.
La sangre así separada no puede ser comida, no es dada como alimento, y tiene una única función representativa. Así para poder comer un animal había que degollarlo y dejar que el corazón siga latiendo hasta vaciar la sangre, para no llegar a comer la carne con su sangre. En Deuteronomio 12: 16 dice el Señor: “…sangre no comeréis; sobre la tierra la derramaréis como agua”.
De esa manera los hebreos tendrían siempre presente, aun relacionado con su comida, la necesidad de que un sustituto derramara su vida por ellos y así librarlos de la ira de Dios, que merecen por sus pecados. Esta es parte de la genialidad didáctica de Dios.
Si los hebreos desobedecían esta prohibición eran castigados con el exilio; escuchen Levítico 17, versos del 10 al 14, así dice el Señor: “Si cualquier varón de la casa de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, comiere alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que comiere sangre, y la cortaré de entre su pueblo. Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona. Por tanto, he dicho a los hijos de Israel: Ninguna persona de vosotros comerá sangre, ni el extranjero que mora entre vosotros comerá sangre. Y cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, que cazare animal o ave que sea de comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra. Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será cortado”.
Cuando el Hijo de Dios viene a la tierra la sangre que corría por sus venas, y que iba a ser derramada, fue anunciada por millones de sacrificios de animales durante más de un milenio, y fue derramada sobre el madero de la Cruz con el fin de lograr una salvación perfecta para aquellos por quienes fue derramada.
La expresión “su sangre derramada” es su muerte, la que quitó la ira de Dios y canceló la deuda con la justicia divina. El Nuevo Testamento nos lo enseña muy claramente en Hebreos 9, del 11 al 15: “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna”.
Y continúa diciendo entre los versículos 24 al 28: “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”.
¿Pueden ver cómo se contrastan la sangre de los animales con la sangre de Cristo? ¿Y observar por qué la prohibición de comer la sangre de los animales? ¿Pueden ver dónde fue ofrecida la sangre de Cristo en comparación con dónde fue ofrecida la sangre de los animales? ¿O detallar el poder purificador y salvador infalible de la sangre de Cristo, comparado con el poder ausente en la sangre de los animales para dar salvación? Ahora, ¿Pueden ver lo que pasará a las gentes que menosprecian la sangre de Cristo, es decir los que menosprecian lo que Dios hizo para salvarles, esos que se creen más inteligentes que Dios? ¡Sufrirán un horrendo castigo!
En el Antiguo Testamento Dios prohibió comer la sangre de animales; hoy Dios ordena, simbólicamente hablando, beber la sangre de su Hijo para ser salvos de su ira.
Algunos hebreos en el primer siglo, aparentemente, bebieron la sangre de Cristo, es decir, creyeron en Él, pero luego la pisotearon. Miren lo que dice de ellos Hebreos capítulo 10, versículos 28 al 31: “El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”.
Cuando un ser humano escucha lo que Dios hizo al derramar la sangre de Su Hijo, y lo rechaza, está pisoteando esa preciosa sangre y su sentencia es la misma: ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!
Y a nosotros los creyentes solo nos queda admirar mucho más todo lo relacionado con esa valiosa sangre. Sabemos que ya no es prohibido comer la sangre de animales; el mismo Señor declaró lícito comer todo tipo de alimentos.
¡Oh, Señor! Cuán grande es tu sabiduría al establecer en la antigüedad esta prohibición de comer la carne con su sangre, y como una sombra luego cumplirla al enviar a tu Hijo; y luego abolir dicho veto para dejar la sangre de tu Hijo en la cima de todas las cosas.
¡Oh, Señor! Cuán grande es la sangre que se derramó en la Cruz, nada es más importante y poderoso que ella; que así sea desde ya y por toda la eternidad en el corazón de tu pueblo, y que prevalezca una admiración sin límites por aquella sangre.
La sombra prohibida -Poesía-
Hay un líquido santificado,
Su uso ha de ser exclusivo;
De animales la sangre ha separado,
Es mandato del Dios vivo.
Si en Israel alguien comiere
Del líquido prohibido,
El Juez su condena profiere,
Expulsadlo, su condena ha bebido.
¿Por qué esa sangre siempre a tierra?
¿Y no puede ser consumida?
¿Qué misterio ella encierra?
¿Acaso apunta a la entrega de otra vida?
Es Dios genio didáctico
Que sombra de la cruz enseña;
En un hecho bastante práctico,
Antes de comer carne animal, la reseño.
La sangre de Jesús derramada,
Por más de un milenio en figuras,
En animales fue representada;
Créelo y tu salvación perfecta aseguras. Amén.