22. Sombra antivenganza

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Sombras antivenganza

Números 35, del 9 al 12, 16, 19 y 22 al 28, nos dice: “Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel, y diles: Cuando hayáis pasado al otro lado del Jordán a la tierra de Canaán, os señalaréis ciudades, ciudades de refugio tendréis, donde huya el homicida que hiriere a alguno de muerte sin intención. Y os serán aquellas ciudades para refugiarse del vengador, y no morirá el homicida hasta que entre en juicio delante de la congregación…Si con instrumento de hierro lo hiriere y muriere, homicida es; el homicida morirá…El vengador de la sangre, él dará muerte al homicida; cuando lo encontrare, él lo matará…Mas si casualmente lo empujó sin enemistades, o echó sobre él cualquier instrumento sin asechanzas, o bien, sin verlo hizo caer sobre él alguna piedra que pudo matarlo, y muriere, y él no era su enemigo, ni procuraba su mal; entonces la congregación juzgará entre el que causó la muerte y el vengador de la sangre conforme a estas leyes; y la congregación librará al homicida de mano del vengador de la sangre, y la congregación lo hará volver a su ciudad de refugio, en la cual se había refugiado; y morará en ella hasta que muera el sumo sacerdote, el cual fue ungido con el aceite santo. Mas si el homicida saliere fuera de los límites de su ciudad de refugio, en la cual se refugió, y el vengador de la sangre le hallare fuera del límite de la ciudad de su refugio, y el vengador de la sangre matare al homicida, no se le culpará por ello; pues en su ciudad de refugio deberá aquél habitar hasta que muera el sumo sacerdote; y después que haya muerto el sumo sacerdote, el homicida volverá a la tierra de su posesión”.

Esta Sombra de la Cruz es maravillosa y otra favorita. La palabra clave que nos permite desarrollarla es “venganza”. Vemos claramente un homicidio no intencional en el que un familiar cercano de la víctima, llamado el “Pariente vengador” activa una persecución contra el homicida involuntario, como la Ley ordenaba en caso de homicidio, pero el homicida involuntario, para aclarar su caso y evitar la muerte, debía huir a una ciudad llamada “De refugio”, en la que el pariente vengador no lo podía matar, recibiría un juicio justo, y protección de aquel verdugo autorizado y, aún más, recibiría libertad total de la ira vengadora.

La conexión tipológica con la Cruz es obvia, pues todo hombre es pecador; todo hombre que odia a otro ser humano es homicida, nos enseñó el Señor Jesucristo en el Sermón del Monte, y ese pecado provoca la ira vengadora de Dios. Dios es el vengador, y el único lugar adonde se puede huir de la ira vengadora de Dios es la Cruz. La única forma de eliminar la justa venganza de Dios es la muerte del Sumo Sacerdote, humano y divino, en favor del pecador. Cristo es la única ciudad de refugio.

Hay tres elementos del pasaje que muy especialmente señalan la obra de la Cruz en esta Sombra Antivenganza. Primero, cuando el homicida, que no mató voluntariamente a otro, huye a la ciudad de refugio evadiendo la venganza del pariente vengador; esto muestra como todo pecador debe sentir la ira vengadora de Dios respirándole en el hombro, y debe huir a la Cruz, es decir, creer en la Cruz como única ciudad de refugio. 

Segundo, cuando al homicida involuntario se le ordena permanecer adentro de los límites de la ciudad de refugio, para protegerlo de la muerte porque si salía lo podían matar. Esto muestra como el pecador que ha creído en la Cruz debe permanecer en Cristo, adentro de Él, en su ciudad de refugio, creyendo en Cristo, unido a Cristo. Y esa unión que tenemos con Cristo es eterna, ningún verdadero creyente puede salir de su ciudad de refugio; nada nos puede separar de Cristo. Los que alguna vez profesaron la fe en la Cruz, en Cristo, y la abandonan, es porque nunca fueron verdaderos creyentes. Son falsos creyentes que aparentaron entrar en la ciudad de refugio, pero que nunca lo hicieron; por eso el Vengador Divino los alcanzará.

Y tercero, cuando la muerte del Sumo Sacerdote elimina totalmente la posibilidad de venganza por el pariente vengador, muestra claramente cómo la muerte de Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, elimina totalmente la posibilidad de venganza de Dios contra nuestros pecados. ¿Qué puede ser más claro que esto en relación con la Cruz? Cristo es nuestro Sumo Sacerdote y su muerte en la Cruz elimina por completo la posibilidad de la venganza divina sobre nuestros pecados pues hubo propiciación, satisfacción, ya no hay ira, ya no hay venganza.

¿Pueden ver en estos tres sencillos elementos, de nuevo, la grandeza de la Cruz? ¿Pueden ver de nuevo la eficacia de la Cruz en términos de venganza? ¿Pueden tener una mayor comprensión de la grandeza de la Cruz?

¡Oh, Señor! Cuán perfecta es la Cruz y cuán perfecta es la enseñanza bíblica sobre la Cruz. Cuánta confianza nos da del amor de Dios a los que creemos en ella. Cuánta seguridad de salvación nos da, una y otra vez, por toda La Escritura, de una y otra forma. ¡Oh, Señor! Abre los ojos de tu pueblo para ver la grandeza de la Cruz, por medio de estas sombras maravillosas. Abre nuestros ojos para ver tu grandeza, tu sabiduría, tu hermosura; abre nuestros corazones para amarte más y experimentar mucho, mucho más, tu gran amor. Te lo pedimos en el Nombre de Cristo, Amén.

 

Sombra Antivenganza -Poesía-

 

El hombre que es homicida,

La Ley divina estableció,

Que por quitar a otro la vida

La suya propia sentenció.

 

De Dios se establece la venganza,

Justicia se debe impartir,

Pero el que mata sin acechanza

A ciudad de refugio puede huir.

 

Adentro de dicha ciudad

Se suspende toda sentencia,

Un justo juicio preparar,

La verdad tendrá preeminencia.

 

El que mata sin culpa es protegido

Adentro de aquella ciudad,

Si sale, podrá ser abatido

Sin culpar al vengador de maldad.

 

Hay un final para aquella situación,

El Sumo Sacerdote lo da;

Cuando él tiene su defunción,

El perseguido tendrá libertad.

 

¿Quién diría que la Cruz está aquí,

Que Cristo es como una ciudad?

Que la venganza divina aleja de mí,

Me hace libre de su ferocidad.

 

Mi Sumo Sacerdote ya murió,

No hay venganza ya contra mí.

Mi ciudad Dios estableció,

De ella nunca voy a salir. Amén.

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