Introducción
La Iglesia es el cuerpo de Cristo y él se encarga de edificarla, de tal manera que ella llegue a ser perfecta en santidad: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la Palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef. 5:25-27).
Para alcanzar este propósito al Señor le plació derramar al Espíritu Santo sobre la iglesia, quien la guía y enseña, y de manera especial habita en medio de ella otorgando dones de Su gracia a los distintos miembros de la misma, con el fin de dotarlos con algunas facultades espirituales sobrenaturales, de manera que cada uno de ellos sirva como instrumento para la edificación de la iglesia.
Es asombrosamente maravilloso ver cómo Cristo, el Dios Hijo, se complace en usar hombres para alcanzar el propósito de conducir hacia la perfección a su amada esposa: la Iglesia. Él lo puede hacer sin uso de medios humanos, pero a él le place usar vasos de barro para alcanzar los propósitos celestiales y eternos.
No obstante, para poder usar estos vasos de barro, ellos deben ser llenos de una gracia especial que los capacite sobrenaturalmente, pues, de lo contrario, trabajarán sólo en las fuerzas humanas, las cuales nada son y a través de ellas no se puede alcanzar ningún bien eterno.
Soberanamente el Espíritu Santo otorga estas capacidades espirituales sobrenaturales a cada miembro, los cuales tienen la responsabilidad de usarlas conforme a los principios de las Sagradas Escrituras, las cuales son el manual rector y absoluto de la iglesia, y para la edificación del cuerpo de Cristo.
Ahora, estas capacidades sobrenaturales que el Espíritu otorga son de una gran variedad, por lo tanto, algunas tienden a ser más visibles que otras, o, algunas son más espectaculares que otras; en fin, así como en el proceso de levantar un edificio se requieren arquitectos e ingenieros, también es necesario contar con electricistas, plomeros y albañiles. Aunque algunas de estas funciones parecieran ser más vistosas e imponentes que otras, no obstante, todas son necesarias, pues, si solo tenemos ingenieros y arquitectos (las más vistosas), no se podría construir si no tenemos albañiles, plomeros y electricistas (menos vistosas).
Esta variedad de dones y manifestaciones sobrenaturales provocó en la Iglesia de Corinto cierto deseo pecaminoso por tener capacidades sobrenaturales que fueran muy visibles y de una naturaleza claramente “espiritual” o “sobrenatural”, lo cual condujo a que todos desearan dones como el de hablar en idiomas o lenguas extrañas, mientras se despreciaban dones como el de administrar o ayudar.
Por otro lado, los que tenían capacidades espectaculares, como la de hablar en idiomas extraños, deseaban mostrarse constantemente en los servicios de adoración y éste terminaba siendo una manifestación confusa y orgullosa de los dones de lenguas, no dejando lugar para la profecía o la exposición de la Palabra.
Es por esta razón que Pablo escribe los capítulos 12, 13 y 14 de 1 Corintios. Él quiere que los creyentes de esta iglesia, fascinada con los carismas del Espíritu, puedan comprender algunos principios que subyacen en el ejercicio de los mismos:
- Los dones del Espíritu son distintos de los dones naturales. V. 1
- Los dones del Espíritu nada tienen que ver con los cultos paganos. V. 2
- Los dones del Espíritu son dados para exaltar a Cristo. v. 3
- Los dones del Espíritu son dados en el marco de la actividad del Dios Trino. V. 3-6
- Estos dones son dados de manera soberana por el Espíritu. V. 7-11
- Todo creyente recibe, como mínimo, un don del Espíritu. V. 11
- Los dones del Espíritu son de distinto valor. V. 12-30
- Todos los dones del Espíritu deben ser usados en amor. Capítulo 13
- Definición y clasificación de los dones del Espíritu: temporales y permanentes
- El don de lenguas: propósito, uso y fascinación. Cap. 14
De esta manera abordaremos el tema y la exposición de los capítulos 12, 13 y 14 de 1 Corintios.
- Los dones del Espíritu son distintos de los dones naturales.
“No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales” (v. 1). Como puede verse en el resto de la epístola, el apóstol responde a una serie de necesidades que la Iglesia de Corinto tenía. Al parecer había muchos problemas en esta comunidad local, y el error, doctrinal y práctico, estaban haciendo de las suyas. Pablo fue informado de toda este serie de problemáticas, pero los corintos mismos le habían escrito para pedirle instrucciones apostólicas y encontrar la manera de andar conforme a los principios bíblicos. Pablo dice en el capítulo 7 verso 1: “En cuanto a las cosas de que me escribisteis…”; lo cual evidencia el interés que tenían los Corintos de corregir sus problemas.
El apóstol les da instrucciones sobre la unidad de la iglesia, la correcta celebración de la Cena del Señor, el papel de las mujeres en el culto, problemas en el matrimonio, la soltería para el servicio al Señor, la resurrección de los muertos, la disciplina en la iglesia, entre otros.
Es interesante notar que, a pesar de los problemas internos que los corintios tenían, el apóstol no se rehúsa a llamarlos “hermanos”. Esta es una expresión que denota fraternidad y un amor tierno. El apóstol no los rechaza a causa de sus debilidades doctrinales, litúrgicas o prácticas. Esta es la actitud correcta que debemos tomar los cristianos bíblicos para con aquellas iglesias o hermanos que, manteniendo las doctrinas fundamentales, no han madurado en otras doctrinas o tienen problemas en sus cultos o en la práctica de los dones. Obvio, no se trata simplemente de reconocerlos como hermanos y que ellos continúen con sus prácticas erradas, sino, por el contrario, procurar, en amor y reverencia, ayudarles para que maduren en la doctrina y práctica cristiana.
Ahora, el apóstol les dice a sus lectores que él desea tratar un tema, del cual no deben ser ignorantes, el cual no debe ser descuidado, y este es el tema de los dones espirituales. Algunos cristianos tienden a tomar dos posiciones extremas al respecto. Unos no estudian el tema y tratan de no involucrarse en el asunto de los dones espirituales, con el fin de no parecer carismáticos. Mientras que otros se van al extremo de dar tanta importancia al tema, que pareciera que la vida cristiana consiste solamente en la manifestación de los dones del Espíritu.
Ninguno de los dos extremos son buenos, la Biblia siempre nos da un equilibrio en todos los aspectos de la vida cristiana, y debemos procurar estar en él.
Es interesante ver que Pablo les llama “espirituales”, es decir, no se trata de capacidades naturales. Muchas personas tienen habilidades para dar discursos y hablar elocuentemente, pero eso es algo natural, no es un don espiritual. Otros tienen la capacidad de cantar muy hermoso, o de mantener la calma frente a las adversidades, pero nada de eso es un don espiritual. Algunos son muy carismáticos y pueden relacionarse fácilmente con los demás, pero nuevamente se trata de una capacidad natural.
Ahora, nuestras capacidades naturales deben ser puestas al servicio del Señor. Todo talento natural viene del Señor, de su gracia común, y él nos los da, no solamente para nuestro gozo y sustento en este mundo, sino para que avancemos su reino.
No obstante, el tema de Pablo no son las capacidades naturales, sino las sobrenaturales. Aquellas que no pueden ser producidas por el hombre, sino que, necesariamente son obra directa del Espíritu Santo. Aquellas que no son aprendidas o desarrolladas por el intelecto o el esfuerzo de la persona, sino que vienen sobrenaturalmente. Son capacidades totalmente nuevas. “Vayamos más allá para decir que ni tan siquiera significa una sublimación de un don natural. Algunas personas han caído en ese error. Han pensado que lo que verdaderamente significa un don espiritual es que el Espíritu Santo toma el don natural de una persona y lo sublima, lo hace más nítido para que así se convierta en un don espiritual”[1].
- Los dones del Espíritu nada tienen que ver con los cultos paganos.
“Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos” (v. 2). El apóstol empieza su disertación sobre los dones espirituales contrastando las expresiones religiosas paganas con las manifestaciones genuinas del Espíritu Santo. Él les recuerda a estos creyentes que antes, cuando eran paganos y pertenecían a las religiones de misterio del mundo greco-romano, ellos se entregaban a rituales místicos y supersticiosos en torno a un dios mudo, servido por sacerdotes que acudían a alucinógenos o ritmos musicales que producían un estado emocional frenético, y en este ambiente cargado de fuertes emociones ellos daban oráculos y experimentaban temblores incontrolables en el cuerpo, poseídos por un fervor descontrolado que era confundido con lo espiritual o la espiritualidad.
En las religiones paganas se daba mucha importancia a las experiencias “espirituales”, que no eran más que una emoción exaltada a causa de los ritos místicos y supersticiosos que ellos tenían, e, indudablemente, en muchos de estos casos la presencia de espíritus malignos alimentaba tales sensaciones.
Los creyentes corintios habían desarrollado un gusto casi que exclusivo por el don de las lenguas, para ellos esto llegó a ser como la manifestación plena de la espiritualidad, a tal punto que, como luego veremos, los cultos eran interrumpidos por las manifestaciones descontroladas de este don; pero Pablo, antes de darles las instrucciones sobre el uso de este don en el capítulo 14, les dice que no se confundan, la verdadera espiritualidad no es parecida al concepto de las religiones paganas.
En Efesios, Pablo, también les advertirá a los creyentes que la presencia del Espíritu Santo en una persona produce los efectos opuestos de la borrachera (muchos sacerdotes o chamanes se embriagaban para entrar en trance), que son los efectos parecidos de la presencia de un espíritu maligno o de un espíritu controlado por sus propias emociones, pues, él dirá: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos del Espíritu” (Ef. 5:18). La presencia real del Espíritu Santo produce sobriedad, autocontrol, dominio propio.
El Espíritu nada tiene que ver con los ídolos mudos, ni con las prácticas que se hacen alrededor de estos cultos. Lo que Pablo les quiere decir es, si la práctica que ustedes tienen de la manifestación de los dones espirituales es parecida a la de las religiones paganas, entonces ustedes ignoran lo que es el Espíritu, lo que son sus dones y la expresión de los mismos. Ustedes están confundidos y necesitan ser redireccionados hacia la fe apostólica.
Ahora, este es un asunto muy serio, pues, hoy día, la seducción de los corintios pulula en la cristiandad evangélica, y un deseo por experimentar sensaciones espirituales está al orden del día, y muchos cristianos anhelan fervientemente experimentar alguna cosa que les indique que ellos tienen al Espíritu Santo; pero este deseo de sentir algo, no es conforme a las Sagradas Escrituras, sino, conforme al espíritu humano que anhela lo místico, lo fantasioso y lo espiritualista.
En las Sagradas Escrituras nunca somos instados a buscar experimentar o sentir cosas que nos indiquen la presencia del Espíritu. Más, Su santa presencia si produjo algunos efectos que no pueden ser producidos por ninguna experiencia fantasiosa de la mente humana. Veamos algunos casos de personas, que en la Biblia, tuvieron experiencias reales de la presencia del Espíritu de Dios, y observemos que esto es muy distinto de lo que sucede en las religiones paganas:
– Abraham: Indudablemente fue un hombre visitado por el Espíritu de Dios. Él pudo hablar cara a cara con el Señor. ¿Cuáles fueron las consecuencias de esta experiencia? ¿Emociones elevadas e incontroladas, como en las religiones paganas de las que él venía? No, el efecto de estas experiencias de comunión íntima con el Señor fueron el santo temor hacia su Santidad, la fe en Su palabra, obediencia absoluta, sometimiento a sus designios, así él no los entendiera; rectitud en los negocios, instruir a sus hijos para que guarden el camino del Señor y hagan juicio y justicia. No encontramos temblores frenéticos en Abraham, no lo vemos balbuceando incoherencias por el efecto dopante de una mente subyugada por las emociones alucinógenas que desean experimentar cosas misteriosas y espiritualistas.
– Moisés: Indudablemente fue uno de los hombres más llenos del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento. Tanto fue así que Dios dijo: “Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara” (Deut. 34:10). Más la Biblia nunca nos dice que en su llenura del Espíritu y experiencias personales con Dios manifestara temblores corporales, frenesí, movimientos incontrolables o cosas parecidas a las manifestaciones típicas de las religiones paganas; pero sí nos dice que era un hombre manso, temeroso de Dios, fiel a su Palabra y a su Ley. Esas son las manifestaciones de la presencia del Espíritu en la vida de una persona.
Y qué podríamos decir de Sansón, Samuel, Elías, Eliseo, David, Isaías, Jeremías, los Apóstoles y Pablo; todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo y manifestaron muchos de los dones espirituales, más en ninguna parte se nos dice que ellos tuvieron sensaciones corporales o emocionales frenéticas, místicas e incontrolables; en todos ellos se vio el fruto de la presencia del Espíritu, pues “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7).
Ahora, Pablo habla de los ídolos mudos, estos eran los dioses adorados en las religiones de misterio. Esta expresión no sólo significa que no podían hablar, sino que no podían dar al hombre nada bueno. Por la acción de los demonios ellos podían experimentar cosas misteriosas y místicas, pero esto no les servía de nada en contra del pecado o la inmoralidad; por lo contrario, cada vez eran seducidos para practicar el mal y caer en toda clase de pecados.
Hoy día hay muchas religiones que, de la misma manera que los cultos antiguos, llevan a sus feligreses a experimentar cosas “espirituales”, a través de la repetición de mantras (palabras ininteligibles dichas cientos de veces), la meditación trascendental (poniendo la mente en blanco para recibir “iluminación”), el uso de objetos como el cuarzo, la contemplación de imágenes religiosas, el uso de drogas alucinógenas, la música con ciertos ritmos que alteran las pulsaciones o producen emociones dirigidas; en fin, la situación espiritual de los hombres no ha cambiado, pero, ¿qué debe hacer la iglesia frente a esta confusión? Vivir la espiritualidad real, es decir, la plenitud del Espíritu Santo que se manifiesta en una vida llena de justicia, rectitud, obediencia a la palabra del Señor, amor a Dios y al prójimo, confianza en Cristo como el único medio de Salvación, dominio propio, victoria sobre al pecado y el egoísmo; en fin, la plenitud del Espíritu Santo y sus dones, nos llevan a ser más como Cristo y menos como el mundo.
- Los dones del Espíritu son dados para exaltar a Cristo. v. 3
“Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”. El Apóstol continúa sentando las bases teológicas para el uso de los dones espirituales, con el fin de corregir los serios problemas que se estaban presentando en la iglesia de los Corintios. Este versículo puede ser considerado una conclusión lógica de lo que ya dijo en los versos 1 y 2.
Como resultado de esa fascinación hacia lo místico, espiritualista y sensacionalista, los corintios estaban cayendo en una práctica desordenada, antibíblica y contraria a la labor del Espíritu Santo, de tal manera que algunos, en su supuesta manifestación de dones extáticos, como el de las lenguas o las profecías, estaban haciendo declaraciones que, evidentemente, eran opuestas al Espíritu de Dios.
Algunos, cuando estaban bajo el control frenético de una manifestación emotiva, ya sea hablando en lenguas o dando profecías, supuestamente por el don del Espíritu, decían que Jesús era anatema, es decir, maldito. Ahora, ¿cuál espíritu estará interesado en maldecir a Jesús? Indudablemente, Satanás y sus huestes de maldad. Ellos aborrecen a Jesús y al evangelio, de manera que, no sería extraño encontrarlos influenciando a algunas personas en este tipo de reuniones, las cuales no eran más que una imitación de los cultos idolátricos y de misterio del mundo greco-romano. El diablo, y no el Espíritu Santo, estaba produciendo imitaciones de los verdaderos dones de la gracia, pero, estas imitaciones podían ser fácilmente detectadas: Primero, si había un ambiente espiritualista, con emociones exacerbadas, movimientos descontrolados y un frenesí en el cuerpo o el alma; entonces, eso era paganismo, no cristianismo. Segundo, si dentro de las manifestaciones sobrenaturales las personas hacían declaraciones que contradecían a las Escrituras o enfatizaban otras cosas, despreciando a Jesús; entonces esto era producido por aquellos que están detrás de los ídolos mudos, es decir, los demonios.
Pablo mismo dijo que detrás de cada ídolo están los espíritus demoníacos: “Antes digo, que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios” (1 Cor. 10:20), esto significa que nosotros no debemos tener relación alguna con ningún culto donde se ore, cante, invoque, postren, reverencien o adoren a cualquier otra cosa distinta a Dios. Tener comunión con estos cultos es tener comunión con los demonios. De allí que no podemos reconocer al catolicismo romano como una iglesia verdadera, pues, ellos reverencian a los demonios que están detrás de cada una de sus imágenes, tal vez será por eso que las fiestas patronales terminan en borracheras, bailes sensuales, fornicaciones y toda suerte de pecado.
Pero este pasaje está escrito en relación directa con los dones espirituales, lo cual, necesariamente, nos lleva a pensar que cuando una iglesia o grupo de personas se reúnen con el fin de experimentar cosas misteriosas, sensacionalistas, místicas y espiritualistas; está abriendo las puertas, no para el accionar del Espíritu Santo, pues, así no actúa él, sino a los demonios, y por el poder de los demonios pueden sentir todo lo que desean experimentar, e incluso, pueden hablar en lenguas, hacer milagros y dar profecías. ¡Qué peligro tan grande!
El peligro yace en que, cuando los demonios actúan imitando los dones del Espíritu, en ese ambiente supersticioso que algunos grupos o personas denominadas creyentes abren; ellos no se presentan como entes de oscuridad, sino por el contrario, como emisarios de luz, paz y amor. Pablo lo dijo en otro lugar: “… porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Cor. 11:14). Eso fue lo que le sucedió a José Smith, el fundador de los mormones. Él, influenciado por su mística madre, deseaba tener experiencias sobrenaturales con el Señor, no estaba conforme con la veracidad, poder y suficiencia de la Palabra; en consecuencia, él tuvo una experiencia sobrenatural: un ángel de luz se le apareció y le indicó dónde encontrar una tablas de oro que contenían historias y declaraciones adicionales a la Biblia, las cuales, según el ángel Moroni, debían ser creídas para ser salvos. Smith experimentó paz, amor y luz. Él pensaba que eso venía de Dios, pero realmente era Satanás, disfrazado de ángel de luz. Como resultado de esa experiencia, el grupo de los mormones, los cuales siguen las enseñanzas de esas tablas, creen doctrinas totalmente erróneas sobre Cristo y sobre Dios. Sus doctrinas son opuestas a la Biblia.
Ahora, a Jesús no solo se le llama maldito cuando con nuestras palabras lo decimos textualmente, sino, también, cuando, supuestamente bajo el actuar del Espíritu, se dan profecías en nombre de la virgen María, alguno de los apóstoles o mártires, o en nombre de un ángel, o se exalta a otra persona distinta a Jesús; pues, el Espíritu no vino para exaltar a nadie más, sino solo a Cristo: “Él me glorificará” (Juan 16:14).
La fascinación por el don de las lenguas estaba conduciendo a los corintios a confundir la verdadera manifestación de este don con las manifestaciones sobrenaturales que se daban en los cultos paganos, donde, obviamente, quien producía el hablar en lenguas no era el Espíritu Santo sino los demonios. “Los que han tenido contacto con la santería, la umbanda y el culto a María Lionza, saben que a menudo los miembros de estas sectas caen al suelo, se sacuden, tiemblan, y hablan por influencia de espíritus inmundos. Con frecuencia hablan en idiomas desconocidos. El fenómeno de la glosolalia ocurre no solamente en el cristianismo, sino también entre los sufíes, los hindúes, los budistas y en el chamanismo.[2]
Ahora, una de las pruebas más fehacientes de la manifestación o presencia del Espíritu en una persona es la confesión de que Jesús es el Señor. No se trata solo de verbalizarlo, pues, Cristo dijo que en el día final algunos reprobados le dirán “Señor, Señor”; sino de una convicción real, profunda y transformadora. Una de las declaraciones más poderosas que el Espíritu Santo produce en la boca de los que tienen su Santa presencia, no son las lenguas, no son misterios ocultos, sino la declaración más grandiosa que se puede hacer en todo el mundo: Jesús es el Señor, Jesús es mi Señor. Muchos eruditos podrán estudiar la teología y la Biblia en sus lenguas originales, pero la convicción de que Jesús es el Señor del universo sólo la puede dar el Espíritu Santo. Ahora, todo creyente que confiesa de corazón esta verdad, dice Pablo, tiene al Espíritu Santo. La evidencia de ser llenos de él no son las lenguas u otro don en particular, sino la confesión sincera de que Cristo es nuestro Señor.
- Los dones del Espíritu son dados en el marco de la actividad del Dios Trino. V. 3-6
“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo”. En estos pasajes Pablo quiere dejar en claro que, a diferencia del paganismo, donde las personas creían que algunos poderes venían de un espíritu y otros poderes venían de otro espíritu; en el cristianismo creemos que todas las facultades espirituales y dones provienen de un mismo Espíritu. Es probable que algunos pensaran que tenían un espíritu superior sobre ellos, especialmente porque tenían capacidades espectaculares de hablar en lenguas o dar mensajes extáticos. Pero Pablo les enseña que sólo hay un Espíritu y que todos los dones provienen de él, sean estos espectaculares o no.
El Espíritu no se limita a dar un solo don, pues, algunos pensaban que el único don que debían manifestar era el de las lenguas, y si acaso, el de las profecías; pero Dios ha diseñado una multiplicidad de dones para la iglesia, y éstos son dados de manera soberana a cada uno de sus miembros. Pero, a pesar de la diversidad de dones que él da a la iglesia, hay unidad en la misma. Los variados y distintos dones no son para la división, sino para la unión.
Ahora, el Apóstol también resalta la verdad de que no hay ninguna actividad divina que se haga de manera aislada o separada por los distintos miembros de la Trinidad, sino que se da una concurrencia entre ellos. Lo mismo sucede con los dones espirituales, aunque se puede decir que son dados por el Espíritu, pues, esta es la persona encargada en el Pacto de Gracia para ejercer dicho oficio, siendo que ellas no actúan separadas, entonces, también se puede decir que los dones espirituales son los dones del Señor (Jesús) y de Dios (Padre).
El apóstol usa una palabra distinta para referirse a los dones en relación con cada persona de la Santa Trinidad: Con relación al Espíritu Santo usa la palabra pneumaticon, que significa, dones espirituales. Con relación al Hijo (Señor), usa la palabra diakonion, que significa, servicios. Y con relación al Padre (Dios), usa la palabra energemata, que significa, actividades, de donde vienen las palabras españolas energético, energía o enérgico.
Consideramos que las tres palabras denotan la acción de cada persona de la Trinidad en la expresión y uso de cada uno de los dones espirituales:
– Siendo que provienen del Espíritu Santo, entonces son espirituales, sobrenaturales; no son producidos por el hombre.
– Jesús, el Señor, hace que estos dones sean para el servicio o ministración de la iglesia.
– El Padre los energiza o dinamiza con su poder, de manera que los dones no se mantengan inactivos o pasivos y que estos sean efectivos.
Ilustremos esta verdad con un ejemplo: El Espíritu Santo ha dado a un pastor el don de predicar o enseñar, esta no es una capacidad generada por el hombre, sino un don de gracia recibido del Espíritu. Jesús, conduce a este hombre a usar este don no para el bienestar personal, o el orgullo propio; sino que lo lleva a predicar buscando el bienestar de las almas que han sido puestas bajo su cuidado. Pero, a pesar de que este hombre tiene el don y pueda predicar de una forma expositiva clara, el mensaje se comunicará de manera efectiva si Dios el Padre vitaliza o da el poder a la predicación, de manera que llegue convincentemente a las almas que le escuchan.
Ahora, siendo que los dones del Espíritu son las operaciones del Señor Jesús vigorizadas por el poder de Dios Padre, es decir, son obra de la Trinidad, todos los que rechazan esta preciosa doctrina también rechazan los verdaderos dones del Espíritu. Si un grupo que se llama cristiano niega la divinidad de Cristo, la personalidad del Espíritu o la existencia de un Dios Trino, es imposible que ellos puedan experimentar los dones verdaderos; cualquier cosa parecida que ellos tengan no será más que una imitación; pues, Dios no está presente salvadoramente en medio de sectas que rechazan las doctrinas fundamentales de la Palabra de Dios.
Grupos que se llaman cristianos, donde supuestamente se manifiestan los dones espirituales en nombre de María, los santos que han muerto o los ángeles; no son más que sectas apartadas del tenor de las Sagradas Escrituras y de la clara enseñanza del apóstol Pablo en esta epístola.
- Estos dones son dados de manera soberana por el Espíritu. V. 7-11
“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palara de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”. Como ya dijimos anteriormente, el apóstol quiere resaltar que no hay razones para tener orgullo o divisiones a causa de la diversidad de dones espirituales que existen; pues, todos estos carismas son dados solamente por gracia y de manera soberana según el Espíritu desea. Aunque luego el apóstol invitará a los corintios a que procuren “los dones mejores” (12:31), es claro que el Espíritu es quien decide qué dones dar, a quién y cuándo darlos o retenerlos. Esta verdad elimina la envidia, el inconformismo, el orgullo y los celos amargos que surgen entre los cristianos; pues, si mi don es espectacular y más visible, no es porque en mí hay algo especial o más espiritual que en los demás, es simplemente la gracia Soberana del Señor que quiso concederme tal don. De igual manera, si algunos hermanos tienen dones no tan visibles, es porque así lo quiso el Espíritu.
Pero, a pesar de que algunos reciban más “talentos” que otros, todos los dones del Espíritu son de provecho para el cuerpo de Cristo, y eso es lo más importante. Siendo que hemos muerto a nosotros mismos, ya no buscamos nuestra gloria, sino la de Cristo, de manera que estaremos contentos con servir al Cuerpo con los dones que el Espíritu nos haya dado.
- Todo creyente recibe, como mínimo, un don del Espíritu. V. 7 y 11
“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”. En estos pasajes Pablo enseña que cada cristiano recibe, por lo menos un don. No existe ninguna persona en el mundo que haya nacido de nuevo y no haya recibido un don espiritual para el servicio de la Iglesia.
Pablo compara la necesidad de la actividad de cada miembro de la iglesia con los miembros del cuerpo humano. Así como cada parte del cuerpo se necesita para que éste funcione bien, y cuando algún miembro se enferma o debe ser extraído, el cuerpo sufre problemas; lo mismo sucede con la iglesia. Cada persona miembro de la iglesia, joven o anciano, blanco o negro, chico o grande, hombre o mujer, judío o gentil, rico o pobre, empresario o empleado, profesional o con pocos estudios; todos son fundamentales para el buen funcionamiento de la iglesia, porque todos han recibido dones de la gracia para el crecimiento y la edificación del cuerpo de Cristo.
No sólo los pastores o maestros han recibido dones, cada miembro, por muy nuevo que sea en la fe, tiene dones del Espíritu; y es su deber descubrirlos y ponerlos al servicio de la iglesia, conforme a los roles que Dios ha asignado y al orden establecido por la Palabra.
Ahora, muchos hermanos y hermanas se preguntan ¿cuál es el don que yo tengo? Y al comparar el listado de dones de 1 Corintios 12 llegan a la conclusión que no tienen ninguno. Pero pensar que los dones del Espíritu son únicamente los mencionados en Corintios es un gran error. En ninguna parte de la Biblia se nos da un listado completo de los mismos, realmente, el Señor tiene una variedad inconmensurable de los mismos. Por ejemplo, Cristo y Pablo dicen que la soltería o la continencia es un don de la gracia. Además, en la Biblia se nos mencionan otros dones espirituales como: El don de servicio, el don de enseñar, el don de animar, el don de repartir, el don de presidir y el don de la misericordia.
- Los dones del Espíritu son diversos, de distinto valor pero necesarios y ninguno de ellos es la única prueba de la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente. V. 12-30
“Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estará el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estará el olfato?
Relacionado con el pasaje anterior, Pablo continúa enseñando la doctrina sobre la obra del Espíritu al dar sus dones de gracia a la Iglesia. Ahora él mostrará, utilizando la ilustración del cuerpo, que no sólo hay diversidad de dones, sino que estos, realmente, son de distinto valor, es decir, algunos producen más frutos que otros; no obstante, todos son necesarios para la edificación del cuerpo de Cristo.
En el verso 28 se da un listado de dones en orden de importancia: el primer don importante es el de apóstol, luego el de profetas, luego el de maestros, y Pablo concluye presentando como el último don en importancia el de las lenguas. Creo que es muy diciente este orden, pues, los creyentes corintios habían cambiado el orden de importancia, y pensaban que el don de las lenguas era el más productivo. Todos anhelaban hablar en lenguas, y Pablo les muestra que en el orden de importancia este es uno de los menos fructíferos. Por esa razón luego les dirá: “Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas (si esto es lo que ustedes quieren), pero más que profetizaseis, porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas” (14:5).
Ahora, Pablo, por medio de la ilustración del cuerpo humano, les hace ver que es absurdo pretender que todos tengan el mismo don. Si todos hablan en lenguas, es como si el cuerpo estuviese compuesto solo por la lengua, ¿acaso no se necesita el oído, las manos o los pies? Razonar que todos los creyentes deben manifestar un don en particular como prueba de la presencia del Espíritu en sus vidas, es contrario a la lógica que Pablo utiliza en este capítulo. Él concluye diciendo: “¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?” (v. 29-30), la respuesta que se espera es: No.
Por lo tanto, cuando algunos creyentes establecen un don, como el de las lenguas, como señal de haber sido bautizados por el Espíritu, están cometiendo un grave error. Pero, algunos creyentes en los últimos cien años han desarrollado la siguiente lógica:
Siendo que en Pentecostés todos hablaron en lenguas como señal de haber sido llenados del Espíritu, entonces todos los creyentes hoy día también deben hablar en lenguas cuando son bautizados por el Espíritu; pero si nosotros les decimos que Pablo dice en Corintios que no todos hablan en lenguas; entonces ellos responden que las lenguas de Corintios (glosolalia) son distintas a las de Pentecostés (idiomas humanos no aprendidos de manera natural). Entonces, supondría uno, siguiendo la misma lógica, que las lenguas que deben hablar los que acuden a esta supuesta señal del bautismo del Espíritu son los idiomas humanos (como sucedió en el día de Pentecostés), pero, la realidad es que lo que ellos hablan no son idiomas de pueblo alguno; y cuando los confrontamos al respecto, ellos dicen: no, nosotros estamos hablando en las lenguas de los ángeles o en la glosolalia de 1 Corintios, pero, allí hay un problema, pues, las glosolalias no son para todo el mundo, pues, era un don del Espíritu que no todos tenían. De manera, que la lógica usada por algunos es contraria, no sólo a la lógica misma, sino a la de Pablo, que en últimas, es la del Espíritu. Lo explico mejor con esta ilustración.
Señal del bautismo del Espíritu en Pentecostés | Don de las lenguas de 1 Corintios |
Es para todos los creyentes | Es sólo para algunos. No es la señal del bautismo del Espíritu, sino un don |
Son idiomas humanos no aprendidos | Es la glosolalia |
Nadie habla hoy estos idiomas sobrenaturalmente | Pero hoy día todos los creyentes son animados a hablar las glosolalias, como prueba del bautismo del Espíritu |
¿? ¿Qué pasó? Esto es una contradicción |
Ahora, a pesar de que algunos dones tienen un valor productivo mayor que otros, esto no significa que Pablo esté llamando a los creyentes de Corinto a desechar los dones menores para buscar los mayores. De ninguna manera, toda la ilustración que usa del cuerpo es para recalcar que cada uno de los creyentes, habiendo recibido por lo mínimo un don, está llamado a ejercitarlo para el bienestar de la iglesia. Si un miembro del cuerpo se atrofia, el resto del cuerpo sufre, así sea un miembro pequeño, oculto, y aparentemente insignificante.
No hay miembros inútiles en el cuerpo humano, mucho menos en el cuerpo de Cristo. Es importante resaltar lo que dice Pablo al respecto: “Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios” (v. 22). Algunos aspiran a ser pastores o predicadores, y las damas pueden resentirse con Dios porque no les permite desempeñar el rol de predicadoras o directoras de culto, pero, ¿quién dijo que sólo los dones públicos son necesarios? No, la verdad es que aquellos dones que no son tan visibles se convierten en la fuerza que sostiene el crecimiento real de la iglesia. Las hermanas de mayor edad son tan necesarias en la iglesia como los pastores o diáconos. Ellas sostienen la predicación de los pastores y la labor de los diáconos con sus oraciones constantes. Si no fuera por las plegarias de estas incógnitas hermanas ninguna predicación sería efectiva, ni ninguna labor en la iglesia tendría valor real para el Reino de Dios, pues, al Señor le place usar los dones menos visibles de humildes hermanos y hermanas para dar bendición a los dones más visibles.
El mismo mandato que Pablo le da a los pastores, maestros y líderes eclesiásticos, también se lo da a los hermanos y hermanas que tienen dones espirituales menos visibles: “No apaguéis al Espíritu” (1 Tes. 5:19), es decir, mantengan activos los dones que Dios les ha dado, ejercítenlos para el bienestar de la asamblea donde el Señor les ha puesto.
Pero este principio no sólo es para que cada uno ejercite sus dones, sino para que todos estemos dispuestos a ser edificados por los variados dones que el Espíritu da a la iglesia. Seremos edificados por los pastores y maestros, pero también por los que administran, los que dan, los que exhortan, los que consuelan, los que ayudan, entre otros.
- Todos los dones del Espíritu deben ser usados en amor. Capítulo 13
Algunos se preguntarán, ¿por qué Pablo insertó un capítulo dedicado al tema del amor cristiano en medio de sus instrucciones sobre los dones espirituales? ¿Qué tiene que ver el amor con los dones del Espíritu? Definitivamente lo tiene que ver todo.
Para entender la conexión que existe entre los dos temas es necesario recordar que la Biblia, en sus idiomas originales, no contenía capítulos y versículos. Cuando Pablo escribió el tema de los dones no lo escribió dividiéndolo entre los capítulos 12, 13 y 14. No, era una línea de pensamiento ininterrumpida, de manera que los corintios leyeron originalmente la última parte del 12 y la primera del 13 así: “Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aún más excelente. Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”.
Esta conexión entre los dos capítulos nos muestra que Pablo cree en la necesidad de la expresión de los dones espirituales, pues, son para la edificación de la iglesia; pero, por encima del más grande de los dones debe estar el amor cristiano, el cual ha sido derramado por el Espíritu Santo en nuestros corazones y es a la vez un fruto de la presencia del Espíritu. Pablo no desecha los dones espirituales, pero sí dice que más importante es la manifestación del amor. El amor es el don más grande y es el fruto que más productividad tiene. Amar nos hace semejantes a Cristo y evidencia que la simiente de Dios está en nosotros, pues, Dios es amor.
Al parecer, por todo lo que hemos visto, algunos creyentes corintios estaban usando los dones del Espíritu para mostrarse a los demás, para justificar su arrogancia argumentando que ellos tenían los mejores dones; pero Pablo les muestra que todo ese espíritu egoísta, a pesar de los dones que poseyeran, estaba impidiendo que la Iglesia realmente fuera edificada, pues, sin el cimiento y el ornato del amor, ninguna manifestación sobrenatural será de utilidad. El amor es esencial para el cristiano y para el cuerpo de Cristo. El amor es como la sangre que da y sostiene la vida, sin él todo está muerto aunque se dé un despliegue de supuesta espiritualidad.
Cuánto engaño hay en nuestros corazones, pues, podemos usar los dones de la gracia, no para la edificación del cuerpo, sino para el incremento de nuestro orgullo. Los corintios se hacían daño el uno al otro basados en los dones sobrenaturales recibidos, ¡cuánto pecado es usar al Espíritu para ofender o herir a los más pequeños!
No podemos hacer una exposición completa del capítulo 13, pero es necesario afirmar que los dones del Espíritu, sí han de edificar al cuerpo de Cristo, deben ser alimentados y revestidos de la actitud correcta: ejercitarlos en amor.
Es interesante ver que Pablo inicia el capítulo 13 hablando de varias clases de dones: Primero habla de las lenguas, no porque éste sea el don más importante, pues, en el capítulo 14 mostrará que este don tiene poco valor fructífero, tanto para el que habla como para el que oye; sino porque era el don más deseado, era el más espectacular, pues, hablar en Chino o en Latín o en Árabe, sin haberlo aprendido, eso es algo que llama la atención. Cuando una persona habla varios idiomas, esto causa admiración, mucho más si estos no fueron aprendidos naturalmente, sino que se dan por la acción de un don sobrenatural.
Así que los creyentes corintios anhelaban que llagaran los cultos para dar una demostración de las capacidades que cada uno tenía: unos oraban en latín, otros en Chino, otros en Japonés, otros en la lengua de los Egipcios, en fin, los cultos se convertían en una torre de Babel, lleno de confusión, desorden y orgullo. El amor no hace eso, el amor no busca lo suyo, no se irrita ni trata de irritar a los demás.
Pero no sólo las lenguas se pueden convertir en un medio de orgullo, también las profecías, el don de ciencia, el don de conocimiento, el don de fe y hasta el filantrópico don de dar; todos pueden ser instrumentos para la jactancia humana. Aunque Pablo no menciona el don de maestro o pastor, creo que el mismo razonamiento se aplica a todos. Podemos usar los dones de la gracia para nuestro orgullo, y en vez de edificar al cuerpo, destruirlo.
A pesar de los muchos dones que la Iglesia local de Corinto poseía, ellos estaban desviándose de la doctrina y práctica apostólica.
Mientras algunos hablaban en idiomas desconocidos por los oyentes, otros miembros estaban practicando los pecados más aberrantes del mundo, de tal manera que los paganos mismos se sorprendían de cuán pecaminosa era esta comunidad cristiana. Incluso, mientras algunos daban profecías o manifestaban los dones de conocimiento, ellos estaban desarrollando un sistema de doctrina opuesto a la doctrina de Cristo, negando Su resurrección y profanando la Santa Cena.
Sin el amor, hasta los dones más excelsos pueden ser corrompidos. Sin el amor, hasta la doctrina más pura puede ser usada como instrumento de maldición. Sin el amor, hasta los sacrificios más grandes pueden ser sin frutos delante de Dios.
La palabra usada por Pablo aquí para amor es “Ágape”, es decir, un amor sacrificial. El amor que debe caracterizar el uso de los dones espirituales, para que sean fructíferos, es el amor basado en la muerte de uno mismo. No buscamos nada para nosotros, pues, estamos muertos a nosotros mismos. “No busca lo suyo”, no busca gloria, no busca reconocimiento, no siente envidia porque Dios haya dotado con mejores capacidades espirituales a otros miembros, no se jacta de lo que tiene, pues, todo se debe a la gracia de Dios, y si es por gracia, no es por obra o mérito propio.
Esta clase de amor ágape, basado en la muerte de uno mismo, no se jacta de los grandes frutos que Dios da por medio de los dones que se han recibido, no se envanece, no hace nada indebido (esto fue un mensaje duro para los corintios, pues, ellos estaban convirtiendo el culto en una torre de Babel cuando todos pretendían hablar en lenguas a la misma vez; y no dejaban lugar para la predicación; esto era algo indebido, ellos debían hablar sus lenguas en privado, no en público). El amor Ágape no guarda rencor contra Dios porque no le dio dones espectaculares, ni contra los demás porque otros tengan mejores dones. El amor Ágape no se goza de la injusticia (del pecado), mas se goza de la verdad; ellos no veían problemas en que un miembro de la iglesia estuviera teniendo relaciones íntimas con su madrastra. Ellos tenían los dones del Espíritu, pero no tenían el amor del Espíritu.
- Definición y clasificación de los dones del Espíritu: temporales y permanentes
El apóstol Pablo da un listado de 9 dones en la carta a los corintios, pero esta no es una lista exhaustiva, sino que es complementada en otros pasajes como en Romanos 12:6-8. De estas dos listas tenemos que los dones del Espíritu son:
- Palabra de Sabiduría
- Palabra de ciencia
- Fe
- Dones de sanidades
- Hacer milagros
- Profecía
- Discernimiento de espíritus
- Diversos géneros de lenguas
- Interpretación de lenguas
- Apóstoles
- Profetas
- Maestros
- Los que ayudan
- Los que administran
- Servicio
- Enseñanza
- Exhortar
- Repartir
- Presidir
- Hacer misericordia
Estos dones, por su naturaleza, pueden ser clasificados así:
- Sobrenaturales o de milagros: Fe, dones de sanidades, hacer milagros
- De revelación: Profecía, géneros de lenguas, interpretación de lenguas
- Pedagógicos: Sabiduría, conocimiento, enseñanza
- De servicio: Los que ayudan, los que administran, servicio, repartir, presidir, hacer misericordia
- Ministeriales o dones-hombres: Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores-maestros
Primero vamos a dar una breve descripción de la naturaleza de estos dones, y luego presentaremos una clasificación necesaria sobre los mismos, pues, según su naturaleza y propósito, algunos tenían el carácter de permanentes, mientras que otros eran temporales, es decir, fueron dados para cumplir un propósito, y una vez se alcanzó este fin no continuaron en la iglesia.
- Palabra de sabiduría. Es la habilidad de hablar sabiduría divina por el Espíritu Santo. Pablo tenía este don y lo usó para hablar de la cruz de Cristo, lo cual es sabiduría celestial (1 Cor. 1:21-23). También se cree que este don es la capacidad de conocer cuál es la mente del Espíritu Santo en una situación definida con el fin de resolver alguna necesidad inmediata. Por ejemplo, Santiago, luego de escuchar los testimonios de Pedro, Pablo y Bernabé; propuso una solución en consonancia con la voluntad de Dios, de manera que se resolvió la disputa que existía entre los creyentes judíos y los gentiles respecto al tema de la circuncisión (Hch. 27:22-26). Hoy día todos los creyentes son llamados a buscar la sabiduría de lo alto, y pueden conocer la voluntad de Dios a través de su Palabra escrita. Los pastores y otros servidores de la iglesia pueden ser usados por el Señor para dar una palabra de sabiduría en una situación especial, pero no por el ejercicio de un don sobrenatural, como sucedía en los tiempos bíblicos, sino por la gracia del Espíritu usando Su Palabra en la mente del instrumento.
- Palabra de conocimiento. Es muy parecido al don anterior, y en ciertas ocasiones se traslapan en las Escrituras. Pero podemos decir que este don se relaciona con el conocimiento íntimo y personal de Dios, el cual no es producto del intelecto, sino que es una aprehensión muy especial e íntima de la relación personal que el creyente tiene con Dios como su Padre. Todos los creyentes podemos disfrutar en cierto grado de este conocimiento, pero a algunos el Espíritu Santo les concede este don especial, el cual debe ser usado para el beneficio de los demás creyentes.
- Fe. No se trata del don de la salvación o de la capacidad para creer en Cristo, la cual el Espíritu da a todos los elegidos, sino de un don definido para personas definidas. Es probable que este don se relaciona con aquella fe que puede trasladar montañas (Mt. 17:20). Este don forma parte de los dones sobrenaturales o de milagros. Encontramos el don de la fe manifestado de una manera especial por los apóstoles, quienes se enfrentaron con el sanedrín valientemente, sortearon tormentas en el mar sin salir malogrados, fueron mordidos por serpientes venenosas y no les pasó nada. Hoy día nadie este don, pero de seguro que muchos creyentes son beneficiados por la gracia en una fe fuerte para confiar en Dios en medio de las adversidades. Un ejemplo de esta fe fue la de Jorge Muller, quien pudo confiar en Dios para el sustento de todos los orfanatos que creó en Inglaterra, sin pedirle dinero a nadie. Él confiaba que Dios le daría la provisión, y ésta diariamente llegaba como respuesta a sus oraciones de fe.
- Dones de sanidades. Forma parte de los dones sobrenaturales o de milagros, y está muy relacionado con el don de la fe. Este don fue manifestado especialmente por los apóstoles y algunos diáconos. Pedro sanó a muchos enfermos con solo ordenar que fueran sanos, en otras ocasiones el milagro se hacía sólo con su sombra. Pablo también sanó a muchos cojos y enfermos. Este don no necesitaba que las personas oraran para que Dios hiciera un milagro, sino que, a causa del don, ellos podían ordenar al enfermo que se levantara y efectivamente eran sanados. Hoy día nadie tiene este don, pero Santiago dice que cuando alguien esté enfermo debe pedir a los ancianos de la iglesia que oren por él, y si los ancianos oran con fe, será levantado. Ahora, la fe por sí misma no garantiza la sanidad, pues, Pablo oró por su salud y Dios le dijo que no lo sanaría, que la gracia lo sostendría en medio de la aflicción. Aunque una persona tuviera el don de sanidad, esto no significaba que podría sanar a todas las personas enfermas que se le acercaran, pues, también Pablo dice “a Trófimo dejé en Mileto enfermo” (2 Tim. 4:20) y a Timoteo, quien frecuentemente se enfermaba a causa de su estómago, no le sanó sino que le recomendó tomar vino (una medicina de ese tiempo).
- Hacer milagros. Forma parte de los dones sobrenaturales. Este don consiste en que Dios, a través del medio humano, causa una suspensión temporal de las leyes de la naturaleza, para hacer algo extraordinario. Este don lo encontramos manifestado en muchos hombres, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. A través de ellos Dios hizo muchos milagros, como el paso en seco por en medio del Mar Rojo. Igualmente el Señor hizo milagros portentosos a través de Josúe (detener el sol), Elías y Eliseo obraron numerosos actos milagrosos, los tres amigos de Daniel caminaron dentro de un horno de fuego, sin ser consumidos. Daniel estuvo a salvo dentro de una cueva de leones. Igualmente en el Nuevo Testamento encontramos la manifestación abundante de este don: Durante el ministerio de Cristo ocurrieron más milagros que en cualquier otra época; los apóstoles hicieron también muchos milagros, resurrecciones, liberación milagrosa de la cárcel, entre otros. Nadie tiene este don hoy día, pero eso no significa que Dios no pueda o no haga milagros en la actualidad. Él escucha las oraciones de Su pueblo y responde cómo él quiera.
- Profecía. Este don es el más importante entre los dones de comunicación, y guarda estrecha relación con el trabajo conjunto de los dones de lenguas e interpretación de lenguas. En la iglesia primitiva este era un don muy necesario, pues, ellos no tenían la Palabra de Dios completa, ni tenían a los apóstoles a la mano en todo tiempo y lugar para pedir dirección respecto a la doctrina y otros asuntos vitales de la misma; de manera que el Espíritu dotó a algunos hermanos para que proclamaran la voluntad de Dios a Su pueblo; en forma similar a como lo hicieron los profetas en el Antiguo Testamento. La función de la profecía era comunicar la voluntad de Dios; hoy día los creyentes tenemos más ventajas que la iglesia apostólica, pues, ahora poseemos toda la revelación de Dios, y cuando los pastores predican, están proclamando la profecía; pero también cuando los hermanos y hermanas, entre ellos, comparten las verdades de la Escritura, también están profetizando, y este es el más grande cumplimiento de la profecía de Joel 2. A través del don de profecía también se predecían cosas relacionadas con el Reino de Dios, como en el caso de Agabo, quien anunció que vendría una gran hambre sobre Judea y el apresamiento del apóstol Pablo. Estas predicciones no eran de índole personal, sino que se relacionaban con el avance del Reino de Dios. Hoy día muchas personas pretenden tener este don, pero por lo general lo usan para supuestamente pronosticar cosas personales, saber quiénes están enfermos o a quiénes sanará el Señor; pero este no era el uso del don en las Sagradas Escrituras.
- Discernimiento de espíritus. Este don daba la capacidad de distinguir o diferenciar a los falsos profetas o predicadores de los verdaderos. Espíritus no hace referencia a la capacidad de ver los demonios o los ángeles, sino de discernir el accionar de los espíritus detrás de las personas, especialmente de los profetas o predicadores (como luego lo explicará el apóstol Juan en sus cartas). Falsos maestros entrarían a la iglesia, y en un tiempo cuando la revelación no había sido completada, era necesaria una capacidad sobrenatural para discernir en nombre o por acción de qué espíritu obraban ellos. Hoy día no se necesita este don, pues, ya tenemos la revelación completa la cual nos permite discernir las falsas doctrinas de las verdaderas, o los falsos profetas de los verdaderos. Muchas personas siguen presa de los falsos pastores porque conocen muy poco las Sagradas Escrituras.
- Diversos géneros de lenguas e interpretación de lenguas. Los eruditos bíblicos no se ponen de acuerdo respecto a las glosas mencionadas en 1 Corintios. Algunos creen que se trata de la misma capacidad que el Espíritu dio en Pentecostés de hablar idiomas conocidos en el mundo, pero no aprendidos naturalmente por el que tiene el don; mientras que otros creen que la palabra “glosa” da a entender una nueva lengua, no conocida ni hablada en el mundo. Independientemente de cuál sea la correcta interpretación, lo cierto es que este don consistía en hablar una lengua extraña o desconocida por el que hablaba y por los que escuchaban. Estas lenguas se usaban para la adoración privada y. combinadas con el don de interpretación, servían para dar mensajes a la iglesia, es decir, profecías. Estos dones fueron necesarios al comienzo de la iglesia para guiar a los santos en la fe del Evangelio cuando aún la mayoría de las comunidades no tenían acceso a la revelación total de la Palabra. Una vez se completó el canon no se hizo necesario estos dones de revelación, por lo cual, entre el primer y el segundo siglo cesaron.
- Apóstoles. Este don encabeza el listado de dones-hombres que Cristo da a la iglesia. Pablo lo enseña claramente en la carta a los Efesios capítulo 4. Cristo dota a algunos hombres, por el Espíritu Santo, para que sean Apóstoles que establecen el fundamento de la iglesia. Fueron escogidos directamente por Cristo. Una vez que el fundamento fue puesto (la revelación completa) este don también cesó. Además de los doce, el Nuevo Testamento extiende la designación de Apóstol a Pablo y a Bernabé. Pablo no está enseñando que cada iglesia tenía apóstoles, pero sí que este fue el don de los fundamentos, el cual benefició y sigue beneficiando a toda la iglesia.
- Profetas. Este don le sigue en importancia al de apóstol, pues, los apóstoles eran ancianos o pastores universales sobre todas las iglesias, mientras que los profetas obraban en iglesias locales específicas. Los apóstoles eran profetas, pero los profetas no eran apóstoles. Los apóstoles hablaron y escribieron con la autoridad de los profetas del Antiguo Testamento, y los profetas del Nuevo Testamento participaron, junto con los apóstoles, en el establecimiento del fundamento de la Iglesia. Así como en el Antiguo Testamento, los mensajes de los profetas en el Nuevo Testamento también debían ser evaluados, pues, había falsos profetas. Aunque los profetas nuevotestamentarios podían predecir eventos, su labor principal era la enseñanza o proclamación de la Palabra de Dios, recibida de manera sobrenatural, y en esto se diferenciaban de los maestros. Las iglesias tenían profetas y maestros. Los profetas estaban en un orden superior al de los ancianos, pues, ellos ponían el fundamento por medio de las enseñanzas autoritativas recibidas sobrenaturalmente del Espíritu Santo. Los ancianos debían enseñar y pastorear de acuerdo a esta doctrina enseñada por los apóstoles y profetas. En la medida que las Iglesias recibían las Escrituras canónicas o autorizadas de manera completa, el don de profeta fue desapareciendo, hasta que en el siglo II prácticamente ya no lo encontramos en ejercicio. Hoy día no existe este don, pues, su tarea era poner el fundamento de la Iglesia, y éste ya fue puesto en el siglo I. Pero los ancianos, maestros y predicadores tienen la responsabilidad de proclamar la Palabra profética que los verdaderos profetas anunciaron bajo la autoridad del Espíritu Santo.
Ahora, al ver las definiciones de los dones debemos preguntarnos: ¿están todos estos dones vigentes en el día de hoy? Si es así, ¿cómo podemos hacer para conocer si la manifestación o expresión de los mismos son producidos por el Espíritu Santo, por un espíritu maligno o por la carne? ¿Por qué en algunas gloriosas épocas de la iglesia, como la patrística, la reforma del siglo XVI y el puritanismo muchos de estos dones no se manifestaron? ¿Si los dones como los de apóstol o profeta tenían carácter permanente, cómo podemos identificar a los verdaderos apóstoles y profetas? ¿Quién los nombra? ¿Qué características deben tener?
Indudablemente, el tema de la continuidad o permanencia de los dones del Espíritu en el período de la iglesia cristiana ha sido de mucha controversia, y no es para menos; pues, al deseo sincero de experimentar la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, se suman nuestras emociones, nuestra propensión hacia lo místico y misterioso; de manera que esta combinación puede producir manifestaciones que tienen apariencia de sobrenatural; lo cual se puede confundir con una verdadera experiencia del Espíritu, la cual también afecta nuestra mente y nuestras emociones. El campo de lo espiritual incluye una sensibilidad emocional muy alta, y ésta puede ser influencia por varios elementos de la naturaleza humana, y pueden ser confundidos con la presencia o manifestación del Espíritu.
En distintas épocas de la historia de la Iglesia algunas personas han reclamado tener o poseer algunos dones del Espíritu, como el de las lenguas, las profecías, los milagros o las sanidades. Ahora, esta no ha sido la característica preponderante en la historia de la iglesia de Cristo luego del siglo I, ni de las personas o iglesias más apegadas a la ortodoxia. Una inmensa mayoría de creyentes, incluyendo a muchos piadosos y eruditos pastores y teólogos, han enfatizado que los dones que pueden ser llamados milagrosos o sobrenaturales desaparecieron de la iglesia entre la última parte del siglo primero y las primeras décadas del segundo.
De manera especial, a comienzos del siglo XX, un grupo de cristianos de algunas denominaciones tradicionales, como las iglesias metodistas o de santidad, se unieron para orar por un avivamiento en medio de una cristiandad occidental secularizada, fría, ritualista, mundana y apática. El deseo de una renovación en la iglesia universal crecía más y más, los grupos de oración pululaban por doquier y en medio de este deseo ferviente se empezaron a escuchar testimonios en distintos lugares de personas que decían haber experimentado el “bautismo del Espíritu”, tal y como se dio en el día de Pentecostés, es decir, con la manifestación del hablar en lenguas. Esto fue acompañado de profecías e interpretación de lenguas. Luego, algunos creyentes y pastores, influenciados por este movimiento de renovación, reclamaron para sí el don de las sanidades, pues, según ellos, oraban por los enfermos y estos eran sanados.
De esta forma se dio inicio a lo que hoy día es conocido como el movimiento “pentecostal”, el cual reclama para sí poseer el “evangelio completo” o el evangelio cuadrangular, es decir, que no sólo tienen a Cristo como el que salva o el que viene otra vez, sino como el que bautiza en el Espíritu y sana a los enfermos. Este movimiento creció tanto que logró influenciar a muchas denominaciones históricas, incluyendo al catolicismo romano, donde surgieron grupos de creyentes que hablaban en lenguas y manifestaban, supuestamente, los dones milagrosos. A estos grupos dentro de las denominaciones históricas se les dio el nombre de carismáticos.
Ahora, no es la primera vez en la historia que algunos grupos de creyentes procuran tener un nuevo pentecostés. Casi todos los movimientos premileniales que hacen un fuerte énfasis en la inminente venida del Señor y en el cumplimiento de las señales de su retorno, han insistido en que una marca de Su pronta venida será la restauración de los milagros y dones sobrenaturales de los tiempos apostólicos.
En el siglo II, Montano, un pagano convertido al cristianismo, empezó a anunciar el inminente advenimiento de Cristo a la tierra acompañado de un previo derramar del Espíritu Santo sobre la iglesia, con la manifestación de los dones sobrenaturales que habían caracterizado al tiempo de los apóstoles un siglo antes. Ya, a mediados del siglo II, la manifestación de estos dones había decaído; pero Montano insistía en que la iglesia debía retornar a los tiempos de los dones milagrosos, de manera que convenció a muchas personas para que oraran y experimentaran un nuevo pentecostés.
Este grupo no estuvo ajeno a muchas prácticas y doctrinas controversiales: Montano se consideraba el profeta elegido de Dios para la iglesia de ese tiempo, sus seguidores se veían como un grupo selecto de cristianos “espirituales”, enfatizaban la separación de todo lo que pareciera mundano (fundamentalistas), anunciaban que Cristo vendría en ese siglo y establecería su Reinado milenial en la ciudad de Pepusa; pero lo que más preocupó a la iglesia de esa época fue el anuncio de Montano en el sentido de que con él había iniciado una nueva era para la iglesia, la era del espíritu; lo cual chocaba contra la convicción de los cristianos, de que la nueva era había sido introducida por Cristo un siglo antes, y esta era no dará lugar a otra.
Asimismo, en el tiempo de la reforma protestante, también surgieron algunos grupos radicales, especialmente entre los anabaptistas, los cuales no sólo se alejaron del mundo para conformar grupos separatistas muy rigurosos, sino que algunos de estos grupos se adjudicaron la capacidad de hablar en lenguas y dar profecías. Nuevamente, estas manifestaciones estuvieron acompañadas de un fervor extremo hacia las cosas apocalípticas y la proclamación del retorno inminente de Jesús en esa fecha.
Igualmente, la secta de los Testigos de Jehová, los mormones y los adventistas del séptimo día, con su fuerte insistencia en los temas apocalípticos y el inminente retorno del Señor, en sus comienzos creyeron tener la manifestación de algunos dones sobrenaturales, especialmente el de la profecía, de la cual se derivaron falsos pronósticos, con fechas exactas, del cumplimiento de algunos eventos mencionados en Apocalipsis.
Tanto los montanistas como algunos anabaptistas radicales del siglo XVI fueron considerados grupos heréticos y alejados de la ortodoxia de la fe Cristiana.
Todo esto nos indica que los creyentes, de tanto en tanto, anhelan fervientemente experimentar cosas sobrenaturales que les indique que Dios está en medio de ellos y les aumente la fe. Pero, algunos errores se han cometido en esta clase de movimientos, lo cual les conduce a tergiversar o manipular la verdadera obra del Espíritu, confundiéndola con emociones elevadas, inspiraciones personales, concentraciones místicas, expresiones corporales descontroladas, pensamientos personales que confunden con la voz del Espíritu, impulsos resultado de deseos personales; y todo esto les lleva a proferir declaraciones, que luego se convierten en doctrina, erradas y contrarias a la Biblia misma.
Ahora, algunos teólogos, eruditos y pastores conservadores; al enfrentar la realidad de que el movimiento carismático se ha extendido por todo el mundo, y que una buena parte de los cristianos se identifican con esta persuasión; han optado por hacer una revisión o moderación respecto a la temporalidad de algunos dones; de manera que la doctrina cesacionista, como es conocida la posición de que los dones milagrosos cesaron al terminar la era apostólica, ha sido cuestionada, no sólo por los carismáticos, sino por muchos en el seno de las iglesias históricas.
Y no es para menos, pues, si los pentecostales dicen que están recibiendo visiones, profecías, lenguas y sueños del Espíritu Santo, entonces, o afirmamos que todo esto es una farsa o afirmamos que es genuino. Si decimos que es una farsa, estaríamos ofendiendo a muchos verdaderos creyentes que andan santamente y aman a Cristo de todo corazón; pero si decimos que es verdadero, entonces estamos rechazando la obra del Espíritu en la edificación de la iglesia si nosotros no practicamos las mismas cosas.
¿Qué camino tomar? ¿Qué respuesta podemos dar a este movimiento? Se pueden dar varias respuestas: Primero, rechazarlo de plano, afirmar que todo es falso, que las iglesias pentecostales o carismáticas son falsas y que allí no hay salvos. Segundo, aceptar que todas las manifestaciones que se dan entre ellos son verdaderas y que nosotros también debemos tener lenguas, profecías, sueños, visiones, etc. Tercero, afirmar que, probablemente, algunas manifestaciones entre ellos son verdaderas y otras no, es decir, Dios puede estar dando hoy dones sobrenaturales, pero no todo lo que los pentecostales hacen necesariamente corresponde con los verdaderos dones del Espíritu.
La tercera opción es la que más atracción ejerce en el medio teológico actual. De esa manera encontramos a amados hermanos como el pastor John Piper o el teólogo Wyne Grudem influenciando a muchas iglesias reformadas con una posición continuista moderada, es decir, Dios puede estar dando dones sobrenaturales hoy, pero hay que tener precaución con todo lo que los pentecostales llaman dones del Espíritu.
Ahora, cuál debe ser la posición correcta de los creyentes bíblicos. Nos enfocaremos en hacer una revisión bíblica que nos conduzca a tomar una posición clara, firme y contundente. Si estos dones fueron dados permanentemente a la iglesia, entonces deben ser buscados, anhelados y practicados; no simplemente se debe decir que Dios los puede dar hoy, sino que, si son de carácter permanente, entonces deben ser buscados. O si algunos de estos dones fueron dados con carácter temporal, entonces debemos saber cuáles tienen esta característica y cuáles no, ¿cómo los cristianos hoy día podemos beneficiarnos estos dones que fueron temporales?
Los dones fundacionales: Apóstoles y profetas
¿Está dando Dios hoy los dones de apóstol o profeta? Empecemos por estos dones, y tratemos de mirar si eran permanentes o temporales.
Respecto a los dones de apóstol y profeta, Pablo nos dice que estos no son simplemente un don o gracia que el Espíritu Santo da a ciertas personas, sino que la persona en sí misma es dada por Cristo como un don a la Iglesia: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto; a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:11-13). Estos dos dones son dados para que la iglesia sea edificada hasta que todos lleguen a la unidad doctrinal y a la perfección de Cristo Jesús. Esto significa que los dones mencionados en este pasaje beneficiarán a la iglesia hasta que termine la historia, pues, la perfección no será alcanzada sino en la introducción de la edad eterna.
¿Significa esto que tendremos a todos los dones mencionados en este pasaje en cada iglesia local durante todas las edades? No necesariamente, pues, para ello tenemos que revisar en qué consiste este don, cuál es su función y cómo beneficia a todos los cristianos de todos los tiempos.
Ya hemos visto que los apóstoles y profetas fueron dados para poner el fundamento de la iglesia, pues, esto es lo que dice Pablo hablando sobre la iglesia de Cristo de todos los tiempos: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef. 2:20). Ahora, para entender el oficio de los apóstoles y profetas es necesario comprender la figura que Pablo usa en este pasaje. Él compara a la iglesia con un edificio que está en constante edificación. Y él dice que los dos dones en estudio cumplen la función de poner el fundamento o las bases. La pregunta que debemos hacernos es: ¿cuándo se le pone el fundamento a una edificación? Al comienzo. Y otra pregunta: ¿cuántas veces se debe poner el fundamento? Una sola vez. En consecuencia, si los dones de apóstol y profeta fueron dados para poner el fundamento, entonces, solo se necesitaban al principio, y no volverán a ser dados más en el resto de la construcción, pues, no se requiere poner más fundamentos.
Pero esto no significa que las iglesias locales del siglo XXI nada tienen que ver con los apóstoles o profetas, todo lo contrario, somos totalmente dependientes de ellos; pues, tanto el primer piso como el piso 21 se sostienen sólo porque hay un fundamento o base firme que se estableció al principio. Ese fundamento puesto al principio sigue vigente hoy día, no porque haya nuevos apóstoles o profetas, lo cual sería contrario a la lógica que Pablo, Pedro y Cristo mismo establecen al comparar a la Iglesia con un edificio; sino porque la doctrina y la revelación autoritativa dada a través de los apóstoles y profetas sigue siendo estudiada, creída y practicada por las iglesias bíblicas.
Toda iglesia verdadera debe ser apostólica, es decir, debe ser alimentada y sostenida por la enseñanza de los apóstoles autorizados por Cristo.
Ahora, si el ministerio de los apóstoles y profetas iba a ser permanente, entonces, la Biblia debe contener los requisitos para que las Iglesias puedan reconocerlos y ordenarlos. Pero si vemos los requisitos que la Biblia presenta para un apóstol, nadie los pudo cumplir luego de la muerte de los mismos; pues, ellos, inspirados por el Espíritu Santo establecieron que solo se podían candidatizar a los varones que caminaron con Cristo desde el bautismo de Juan hasta su ascensión a los cielos (Hch. 1). Los apóstoles debían poner el fundamento de la fe cristiana, por lo tanto, ellos debieron ser testigos de la resurrección de Cristo.
Es interesante ver cómo la iglesia primitiva tomó en serio la función de apóstol y los requisitos para que alguien fuera reconocido como tal, pues, Pablo, el apóstol a los gentiles, fue cuestionado constantemente sobre su pretensión de ser reconocido como tal; de manera que en la mayoría de sus cartas él debe usar el apellido de apóstol, y en algunas defiende su apostolado, y algunas de las señales o marcas de su oficio es que él vio al Cristo resucitado (una calificación de hechos 1), aprendió el evangelio directamente de Cristo, no por intermediarios, e hizo las señales apostólicas (otra marca de Marcos 16): “¿No soy apóstol? ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?” (1 Cor. 9:1); “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mi… no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gál. 1:11-12); “Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2 Cor. 12:12).
De manera que si alguien, luego de la muerte de los apóstoles del Cordero más Pablo, se atribuye tener ese oficio, debió ser alguien que conoció a Cristo en persona, aprendió el Evangelio de él directamente y tiene la capacidad de hacer los milagros que Jesús menciona en Marcos 16. Pero es imposible que hoy día alguien haya conocido personalmente al Salvador resucitado, pues, Pablo, hablando sobre la experiencia que tuvo con Cristo afirma: “Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Cor. 15:8). Pablo es contundente al decir que la última persona a la cual el Cristo resucitado se le apareció fue a él; después, a nadie más; de manera que ningún hombre después de Pablo puede decir que ha sido llamado al apostolado.
En conclusión, podemos afirmar que ningún “apóstol” de hoy día puede cumplir con los requisitos para desempeñar tal oficio porque: se necesita que haya sido enseñado y autorizado directamente por Cristo, durante su peregrinación por Palestina, o por Cristo resucitado. Además, ninguna persona hoy día puede hacer las señales de apóstol, como veremos más adelante. Igualmente, siendo que los profetas fueron dados para poner el fundamento, no se necesitaba más este don en el seno de la iglesia.
Los dones de revelación: lenguas, interpretación de lenguas, profecías, ciencia, conocimiento, discernimiento de espíritus
Junto con los dones de apóstol y profeta, otros dones de revelación fueron dados por el Espíritu con el fin de cimentar a la iglesia en la doctrina y práctica bíblica. A través de estos dones el Espíritu revelaba su voluntad a cada congregación, y les libraba de caer en manos de los falsos profetas.
El siglo primero, y parte del segundo, fue un tiempo donde el evangelio se extendió por casi todo el mundo conocido de esa entonces. Los escritos autorizados de los apóstoles y profetas no alcanzaban a circular con la misma velocidad de la extensión del evangelio; la doctrina se transmitía oralmente, aunque muchas de las cartas apostólicas empezaron a circular y se sacaban copias de las mismas. En esa ápoca no era fácil tener acceso a libros o materiales escritos pues, eran muy costosos. La transmisión oral de la doctrina debía ser respaldada o confirmada sobrenaturalmente por el Señor, pues, aún las iglesias no tenían acceso a la totalidad de los libros canónicos, los cuales constituyeron el fundamento doctrinal verdadero. Las profecías, las lenguas interpretadas, los dones de conocimiento, ciencia y discernimiento de espíritus, eran medios de confirmación para cada iglesia.
El Nuevo Testamento está lleno de declaraciones que comprueban lo anterior. Timoteo fue escogido como pastor de una iglesia mediante el don de profecía, pues, las iglesias aún no tenían las cartas de Pablo donde se le indicaba el proceso para seleccionar a los ancianos (1 Tim. 1:18; 4:14); pero, es obvio que luego de tener las instrucciones precisas en el Nuevo Testamento ya no sería necesario más este don para determinar qué hombres son aptos para este oficio. Pablo no indica en ningún lugar que además de los requisitos para ser obispo esperemos la confirmación de alguien que tenga el don de profecía.
Además, el apóstol Pedro, ya avanzado el siglo I, afirma que “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos, como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro… porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (1 P. 1:19, 20). El don de profecía forma parte de la revelación que Dios dio al pueblo, tanto en su aspecto proclamativo como en el predictivo, es inspiración del Espíritu, y por lo tanto, debe ser tomada como Palabra de Dios. De manera que si el don de profecía fue dado para permanecer en la iglesia durante las edades, esto significaría que Dios estaría dando nuevas revelaciones a su pueblo por siempre; pero, entonces, si esto fuera así, el canon bíblico permanece abierto, y podemos añadir a la Biblia muchas de las revelaciones que los “profetas» o los que tienen el don de profecía proclaman en los distintos siglos.
La Biblia es clara en mostrarnos la temporalidad de estos dones, pues, cuando leemos las cartas apostólicas más tardías, nunca encontramos instrucciones para que los creyentes consulten a los profetas en asuntos doctrinales o particulares. No se les indica que vayan donde ellos por guía u orientación. Antes, todos los mandatos se centran en la Palabra escrita, en la doctrina apostólica. El creyente es exhortado una y otra vez para que se alimente con la Palabra. Pablo, escribiendo a Timoteo es claro en mostrar que la única norma en materia de fe y conducta, en guía espiritual y fuente permanente de instrucción para que el creyente esté completo en esta tierra es la Palabra de Dios: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16-17).
Cuando él dice toda la Escritura, no sólo se refiere a los escritos del Antiguo Testamento, como algunos piensan, sino a “todo lo que, por medio del testimonio del Espíritu Santo en la iglesia, es reconocido por la iglesia como canónico, esto es, con autoridad”[3]. Es decir, los libros del Antiguo y los del Nuevo Testamento. Toda la profecía fue consignada aquí. Puede que algunos digan, pero, en la Biblia no encontramos cada una de las profecías que daban los profetas en las iglesias locales; pero esto no es verdad, pues, los profetas hablaban de Cristo y Su gracia, hablaban de la doctrina cristiana y esto es lo que contiene el Nuevo Testamento. En el siglo I todos los verdaderos profetas se centraban en los mismos temas que eran revelados sobrenaturalmente, y estos temas fueron consignados en la Biblia. Una vez que la Palabra estuvo completada no fue necesario escuchar nuevas revelaciones extáticas, pues, Pablo dice que la Escritura se convertiría en la única y suficiente norma para el creyente. Todo lo que necesitamos para conocer a Dios, a Cristo, para ser santos y andar en esta vida conforme a la Voluntad de Dios nos ha sido dado de manera completa en las Escrituras Sagradas, ya no necesitamos más profetas ni profecías, para ningún aspecto de la vida.
Algunas personas que provienen de iglesias carismáticas tienen dificultades para aceptar la doctrina cesacionista, pero esto se debe a que aún tienen luchas por aceptar la suficiencia y autoridad plena de las Sagradas Escrituras. La experiencia no se debe convertir en rectora de la doctrina o práctica cristiana, esto le corresponde sólo a la Biblia, la única palabra que Dios da a su Pueblo hoy día, no hay más.
Los dones de milagros: Fe, milagros, sanidades, lenguas
Ahora, ya hemos comprendido que los dones fundacionales (apóstoles y profetas), y los dones de revelación (profecías, lenguas e interpretación de lenguas) necesariamente fueron dados para el tiempo de los principios, cuando el Evangelio estaba empezando a anunciarse; pero ¿qué de los dones de milagros? A través de ellos no se da revelación, por lo tanto, ¿por qué no pueden estar activos hoy?
Las Sagradas Escrituras también nos muestran de una manera contundente que estos dones tampoco fueron dados para que permanecieran para siempre en la iglesia. Pues, estos dones cumplían el papel de confirmar inicialmente la Palabra que estaba siendo anunciada por el Evangelio en el mundo entero.
- Fueron confirmación de la venida del Mesías
Los judíos habían estado esperando al Mesías prometido en las Antiguas Escrituras, pero ¿cómo lo reconocerían? Pues, indudablemente vendrían falsos hombres haciéndose pasar por el Cristo. La Biblia ya había predicho que el verdadero Mesías haría milagros y prodigios que no tendrían igual, sería un tiempo de grandes obras, así como sucedió en el tiempo de Moisés.
El libertador de Israel, Moisés, fue un tipo del Mesías. Pedro, en su primer sermón evangélico, lleno del Espíritu Santo dijo: “Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable” (Hch. 3:22). Moisés fue un tipo de Cristo, de manera que podemos aprender mucho sobre la obra de Cristo leyendo lo que Dios hizo a través de Moisés.
Cuando Dios le ordenó que fuera a su pueblo esclavizado en Egipto para ser el libertador de Israel, Moisés le dijo al Señor “He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová” (Éx. 4:1). Este era un asunto muy importante, pues, cualquier hombre puede decir: “El Señor se me apareció y me envió a ustedes”, por lo tanto, Moisés necesita saber de qué manera ellos podrán conocer que efectivamente es Dios quien le ha hablado. La respuesta que le da el Señor es que él lo ha llamado, su gloria estará con él y a través de su vara obrará grandes milagros y señales. Estas maravillas sobrenaturales serán una prueba fehaciente de que el mensaje y ministerio de Moisés era aprobado por Dios.
Ahora, recordemos que estos milagros, como todos los milagros en la Biblia, no eran mera manipulación psicológica, adivinación, generalidades proclamadas por un predicador respecto a la sanidad de alguien enfermo en la muchedumbre; sino que eran reales milagros y portentos, indubitables, contundentes y fehacientes; de tal manera que si alguien cuestionaba la autoridad de Moisés lo haría en contra de la clara evidencia.
Los milagros fueron la confirmación de la revelación y el ministerio que Dios dio a Moisés. Lo mismo podemos decir de los grandes profetas como Josué, Elías y Eliseo.
Si hacemos un análisis de la historia del Antiguo Testamento observaremos que la abundancia de milagros por medio de personas en particular no fue una constante en todos los tiempos, sino que pertenecen a períodos determinados en los cuales se dio una abundante revelación que luego fue consignada en las Sagradas Escrituras.
Lo mismo sucedió en el tiempo de Jesús. Él fue enviando por Dios para cumplir la obra de redención, él era el Mesías enviado a Israel, él era el Profeta del cual Moisés anunció que vendría. Pero, ¿cómo podía la gente de Israel identificarlo? ¿Cómo podrían saber que él no era un falsificador?: Porque él haría verdaderos y contundentes milagros. Cuando Juan el Bautista envió mensajeros para preguntarle si él era el Mesías, ¿cuál fue su respuesta?: “En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista. Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Lc. 7:21-22). Los milagros que Jesús hizo tenían un propósito: que el pueblo de Israel tuviera un testimonio irrefutable de que Él era el Mesías.
Pedro, en la predicación del día de Pentecostés, ante cientos de judíos, afirmó lo siguiente: “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis” (Hch. 2:22). Los milagros eran para confirmar la mesianidad de Jesús.
Igualmente, el apóstol Juan dice que Jesús hizo muchas maravillas, de las cuales él consignó algunas en su evangelio, con el fin de que sirvieran como confirmación de que el Nazareno es el Mesías, el Hijo de Dios. “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:30-31).
Vamos a detenernos un poco en este pasaje, pues, nos da mucha claridad sobre el propósito y temporalidad de los milagros, y también de la perpetuidad del beneficio de los mismos. En primera instancia Juan dice que los milagros obrados por Cristo tuvieron como propósito que la gente pueda creer que él es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que las personas crean en él y sean salvos.
Es interesante notar que la mayoría de las personas que presenciaron los milagros de Jesús, lo rechazaron. Juan nos muestra la constante incredulidad de los judíos a pesar de que estaban viendo las maravillas que él hacía. Solo unos pocos pudieron reconocer en él al Mesías, a través de sus milagros: Nicodemo, “Sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces” (Juan 3:2); Un ciego sanado, “Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si este no viniera de Dios, nada podría hacer” (Juan 9:32-33). Los líderes religiosos, los teólogos judíos, también rechazaron a Jesús, a sabiendas que él estaba haciendo muchas señales que lo identificaban como tal: “Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron al concilio, y dijeron: ¿qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Así que, desde aquel día acordaron matarle” (Juan 11:47, 53).
Pero Juan dice que las señales que hizo Jesús son un instrumento para que muchos crean, pero, ¿quiénes son los que creerán? La respuesta es obvia: los lectores del evangelio, nosotros, los que no vimos presencialmente los milagros. ¿Cómo vamos a creer? No porque en todos los tiempos íbamos a estar viendo el don de milagros, sino por medio de la lectura de la Palabra de Dios. Los milagros que Jesús hizo se escribieron para que las generaciones posteriores creyeran en él. No necesitamos que hoy día alguien tenga el don de milagros para creer en Cristo; sus milagros se escribieron, y eso es suficiente para generar fe en nuestros corazones.
La mesianidad de Jesús ya fue confirmada en el siglo I a través de los milagros que Dios hizo por medio de él; ya no se necesita confirmar nuevamente. Las generaciones que siguen deben confiar en lo que fue escrito por los apóstoles y profetas, en el fundamento que ellos pusieron una vez y para siempre.
Cuánta equivocación existe hoy día en medio del pueblo cristiano, pues, muchos creen que si no vemos milagros, no creeremos. La verdad es lo contrario. Muchos cientos de miles de judíos y romanos presenciaron los milagros de Jesús, pero no creyeron. Luego del siglo primero millones de personas no han presenciado los milagros de Cristo, pero han creído, por fe, porque ese es el medio que Dios ha dado: fe en Su Palabra, fe en que él es el Mesías por los milagros que hizo, los cuales fueron consignados en los evangelios. Insisto, Juan es muy claro, las generaciones venideras creerán en el evangelio no por presenciar milagros, sino por leer con fe la Palabra escrita, en la cual se narran los milagros del Mesías.
Es interesante notar que Juan, en su evangelio, recoge las contundentes palabras de Cristo cuando dijo a Tomás el incrédulo: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29). Si hoy día alguien necesita ver milagros para creer, se está perdiendo de esta bienaventuranza.
- Fueron confirmación del mensaje profético de los apóstoles y de la iglesia primitiva
Ya hemos visto que el siglo I fue un tiempo en el cual Dios dio la profecía final, la que cerraría el canon de la Biblia. El cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento se había dado en la persona de Cristo, y ahora los apóstoles y profetas estaban anunciando este mensaje salvador al mundo.
No sólo fue necesario que Jesús hiciera milagros y señales que autenticaran su ministerio, sino que sus embajadores oficiales, los apóstoles, y los que estaban anunciando por primera vez el mensaje del evangelio, tuvieran un sello de autenticación de su mensaje. Es por eso que Cristo les dice a los once: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán” (Mr. 16:17-18). Esto se cumplió en la vida de la iglesia apostólica. Lucas nos relata en el libro de los Hechos que “por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo” (Hch. 5:12). Los apóstoles fueron los testigos presenciales de la resurrección de Jesús, ellos estaban anunciando esta verdad al mundo, pero ¿cómo podrían creer a lo que ellos decían o escribían? ¿Cómo podrían las personas creer lo que Juan, Mateo y los demás evangelistas escribieron sobre Jesús? Para ello era necesario que los dones de milagros estuvieran con ellos, así como estuvo con Moisés y los profetas del Antiguo Testamento. Su declaración de que Jesús resucitó era confirmada por los milagros. El autor de la carta a los Hebreos, quien escribe en la última parte del siglo I, ratifica esta verdad al decir: “Testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu según su voluntad” (Heb. 2:4). Nosotros hoy día creemos que lo escrito en el Nuevo Testamento es verdadero y tiene la misma autoridad de los escritos del Antiguo Testamento porque Dios obró milagros y señales confirmatorias a través de los apóstoles, los profetas y la iglesia del primer siglo.
Los dones milagrosos, incluyendo el de las lenguas, fueron dados como señal inicial de que el fundamento escrito en el Nuevo Testamento es la verdad que proviene del cielo. Una vez que esta verdad fue escrita y confirmada, estos dones milagrosos no son necesarios ya más.
Ahora, como dijimos antes, esto no significa que Dios no hizo milagros luego del siglo primero, ni que no los hace hoy; lejos de nosotros afirmar semejante disparate. El Señor es el mismo siempre y él es Todopoderoso y Soberano, y él hace como él quiere y cuando quiere. Dios, en respuesta a la oración de su iglesia, hace milagros poderosos para el beneficio de los santos; ya no como señales, más si como muestra de su amor y misericordia.
Hoy día los creyentes debemos ir a los ancianos para que oren por nosotros cuando estamos enfermos, y Dios promete que, conforme a Su voluntad, sanará a los enfermos; no por un don milagroso en los ancianos, más si en respuesta al clamor de los suyos.
[1]Lloyd-Jones, Martyn. Dios el Espíritu Santo. Pág. 332
[2]Blank, Rodolfo. Primera carta a los Corintios. Pág. 454
[3]Hendriksen, William. 1 y 2 Timoteo y Tito. Página 340