En Éxodo 16: 1 al 36 (Vs. 1 a 4, 14 y 15, 31 y 35), así dice el Señor: “Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto. Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud. Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no…Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra. Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer…Y la casa de Israel lo llamó Maná; y era como semilla de culantro, blanco, y su sabor como de hojuelas con miel…Así comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada; maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán”.
Nuestro Señor Jesucristo, en Juan 6: 35 dice: “Yo soy el pan de vida”. El pan de Dios es Aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Cristo es el verdadero pan del cielo, el verdadero maná. El maná es un tipo de Cristo. Al leer sobre el maná en Éxodo 16, y en cualquier otro lugar de La Escritura, debemos pensar en Cristo.
El maná fue alimento para el cuerpo, cuando la comida que llevaban los israelitas se había agotado, y en el desierto no se hallaba nada para comer. Al final de sus recursos, en total dependencia de Dios y aún murmurando contra Él, Dios les da alimento para el cuerpo, el maná que cae del cielo.
Asimismo, Cristo es el alimento que viene del cielo y que da vida al alma muerta en este desierto, que es el mundo. Cristo está en La Escritura, así que buscando a Cristo allí tenemos vida y más vida para nuestra alma, vida que vino del cielo. Así que Cristo en La Escritura es maná para el pecador hambriento e indigno, como estaban hambrientos e indignos aquellos israelitas murmuradores en el desierto de Sinaí.
El maná fue un alimento totalmente gratis, no tenían que trabajar para conseguirlo; no por obras, sino por pura gracia. Así Cristo en La Escritura es alimento totalmente gratuito para el alma. El pecador salvado solo tiene que levantarse por la mañana y leer La Escritura, y buscando a Cristo en La Escritura saboreará a este nutritivo maná, que es alimento para su alma.
El maná fue solo para el pueblo escogido; de la misma manera Cristo es dado solo para su pueblo de creyentes, no para los egipcios, ni para los cananeos. Cristo es maná solo para los elegidos del Padre, para aquellos por quienes murió en la Cruz; solo ellos comienzan a recibirlo cuando son regenerados, y luego continúan recibiéndolo cuando lo buscan en todas las páginas de La Escritura.
El maná fue un milagro perfectamente adecuado para la supervivencia del cuerpo humano en aquel desierto; Cristo es un milagro perfectamente adecuado para la resurrección del alma y su supervivencia posterior.
El maná requería una recolección diaria; igual, Cristo para los suyos es nuestro deber diario para acercarnos y recolectarlo, comer de Él en La Biblia; es un deber venir a buscarlo en La Escritura, pues no hay otro lugar donde podamos encontrarlo, así como el maná caía solo en el campamento, no más allá de ese lugar. Cristo cae del cielo diariamente a las páginas de Las Escrituras, con la iluminación del Espíritu Santo, en las que lo buscamos con diligencia.
Tal como los israelitas tenían que doblar las rodillas para recoger el maná, también nosotros debemos doblar las rodillas ante Dios para recoger a Cristo en las páginas de toda la Biblia. Sin ese ejercicio humilde de oración, en dependencia del Espíritu Santo, no podremos recoger la porción diaria de Cristo el maná para nuestra alma necesitada de Él.
Así como cada israelita, cada uno en particular, salía a recoger lo que habría de comer de maná en ese día, entonces cada uno en la Iglesia de Cristo debe ir a La Escritura y recoger para sí mismo lo que ha de comer de Cristo a diario.
De igual forma como los israelitas molían, cocían, horneaban y preparaban de diferentes formas el maná, los creyentes también comemos a Cristo en La Escritura, en la predicación expositiva cristocéntrica, en la santa cena y en el bautismo. Estas son diferentes formas como Cristo ha sido preparado para ser comido, recibido, asimilado, por nosotros.
Los israelitas debían masticar bien el maná para que fuera bien digerido e incorporados sus nutrientes a su estructura física. De tal manera los creyentes debemos masticar a Cristo, y lo que recibimos de Él en La Biblia, por medio de la meditación, con el pensamiento profundo, para que Cristo sea incorporado profundamente a las fibras más íntimas de nuestra alma.
Así como los israelitas decían que el maná tenía un sabor dulce como la miel y deleitoso, de igual manera Cristo para su pueblo es dulce y deleitoso como la miel.
Así como los israelitas no podían guardar el maná de un día para otro, porque olía mal y se pudría, así nuestra alma necesita la misericordia nueva que Dios tiene para nosotros cada día. No podemos vivir con la misericordia de ayer, Cristo fue la misericordia de ayer y Él es la misericordia nueva que nuestra alma necesita para el día de mañana.
Así como los israelitas recogían una doble porción en la jornada anterior al día de reposo, para no hacer esa labor en el día santo y tener mayor comunión con Dios, tal nosotros nos preparamos la víspera del día del Señor; y al llegar el domingo a la Iglesia el domingo a la Iglesia tenemos una mayor comunión con Cristo, ese día se llena con una porción doble de su gracia por la predicación expositiva cristocéntrica y por la santa cena.
Así como el maná alimentó por 40 años a los israelitas, y solo cesó cuando entraron a la tierra prometida, de igual forma el nosotros conocer a Cristo en La Escritura durará toda la vida. No faltará ni un solo día de alimentarnos, hasta nuestra jornada final, y cesará solo al entrar al cielo y ver a Cristo cara a cara. Allí ya no necesitaremos ni la oración, ni la fe, ni Las Escrituras, ni la iluminación del Espíritu Santo, y los medios que nos ayudaban a comer nuestro maná, no los necesitaremos para siempre.
Moisés tomó una medida de nuestro maná y lo guardó en el arca, y allí fue preservado, no vio corrupción; no se pudrió porque Dios lo preservaba. Así la Sagrada Escritura fue preservada sin error, sin corrupción, para que Cristo pudiera estar disponible como maná para los suyos en las páginas de La Escritura, y ellos en todas las generaciones podrían comerlo hasta el final de su maravilloso plan.
De igual manera, la vida que Cristo nos da al alimentarnos de Él como con el maná, permanece incorruptible pues es preservada por Dios por toda la eternidad.
¿Pueden ver cuán maravilloso es este tipo de Cristo? ¿Pueden ver cómo de maravilloso es Cristo? ¿Pueden ver cuánto de maravillosa es la Sagrada Escritura que nos habla de Cristo? ¿Y qué tan importante es nuestra búsqueda diaria de Cristo en el Antiguo y el Nuevo Testamentos? ¿Pueden ver cómo de importante es la predicación expositiva cristocéntrica de la Sagrada Escritura?
¡Oh, Señor! Qué grande es Cristo, la única y verdadera necesidad de nuestra alma. Danos más de Cristo, danos más maná, tenemos hambre de Él. Te lo rogamos, danos más, te lo suplicamos, en Su Nombre Santo, Amén.
Cristo, el verdadero maná -Poesía-
Una porción mayor de Cristo,
Suplica nuestra alma hambrienta;
Él es maná, hoy lo hemos visto,
Nuestro deseo por Él aumenta.
Maná, dulce su sabor a miel
Que al paladar hebreo deleitó,
Cristo es más dulce y siempre fiel,
Verdadero maná que nunca nos faltó.
Cristo cada día es nuestro maná,
Lo recogemos en La Escritura,
Y la predicación que bien nos da
La percepción de toda su hermosura.
¡Oh, Dios! Danos más de este maná,
Tú que hablas de un maná escondido
Que Cristo a los suyos les dará,
A quien en fidelidad haya perecido.
De tu maná queremos grandes porciones,
El ver a Cristo en todo momento;
No tenemos grandes ambiciones
Pues mucho lo disfrutamos en el Antiguo Testamento. Amén.