En el libro de Éxodo capítulo 30, versículos 17 al 21 leemos: “Habló más Jehová a Moisés, diciendo: Harás también una fuente de bronce, con su base de bronce, para lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de reunión y el altar, y pondrás en ella agua. Y de ella se lavarán Aarón y sus hijos las manos y los pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran; y cuando se acerquen al altar para ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Jehová, se lavarán las manos y los pies, para que no mueran. Y lo tendrán por estatuto perpetuo él y su descendencia por sus generaciones”.
Dios incluyó el mal en su plan, sin ser autor o corresponsable del mismo. Cuando el mal entra en sus criaturas, ellas de inmediato se hacen inmundas ante sus ojos, que no pueden ver el mal. Por lo tanto, el punto siguiente en su maravilloso plan es limpiarlas, y de eso nos habla la fuente de bronce en el tabernáculo de Moisés.
El altar de bronce nos habla de perdón, de justificación; pero la fuente de bronce nos habla de limpieza, de santificación. La justificación se logra con el derramamiento de la sangre del Hijo de Dios, y aunque la santificación también se logra con este mismo derramamiento, se representa con el uso del agua sobre la persona inmunda; sangre y agua en el tabernáculo, sangre y agua brotando del cuerpo de Cristo cuando su costado fue traspasado en la Cruz. Sangre y agua son las dos primeras estaciones en el camino al Lugar Santísimo.
En este episodio nos vamos a concentrar en el agua, que salió del costado del Señor, anunciando en sombras desde la fuente de bronce que así ocurriría, que seríamos purificados por aquella bendita agua del costado del Señor.
Noten primero que todo la palabra “Fuente”. Aunque se trata de una vasija que contenía agua, no la producía, sino que la contenía, la entregaba, la idea que se quiere transmitir es la de una fuente; eso es Cristo, una fuente de agua de vida eterna que purifica a todo el que se lava o bebe de ella, aunque aquí predomina el lavarse.
Aquella fuente fue hecha de bronce. En el estudio anterior aprendimos que el bronce es un símbolo de “poder”. Cristo, su Cruz, es poder para limpiar a los inmundos; por eso el Señor podía tocar a los leprosos y Él no se contaminaba, porque el poder purificador salía de Él.
Aquí hay algo muy interesante y es que en Éxodo 38: 8 se nos dice que este bronce, para construir la fuente, fue obtenido de los espejos de bronce de las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo. Sin duda estas mujeres habían sido purificadas mirando los tipos de la Cruz, pues entregaron sus espejos; ciertamente es algo difícil para una mujer vivir sin un espejo, pero ahora por su purificación podían vivir sin este elemento. En esta donación vemos a una mujer que trae la fuente que lava perfectamente; así como una mujer trajo la contaminación, una mujer trajo la fuente de purificación.
Y tengo la impresión de que cuando habla de las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo, puede referirse a las mujeres que seguían al Señor Jesús y que lo siguieron hasta el pie de la Cruz.
Otro detalle del diseño de la fuente es que no se registran sus dimensiones; lo que nos quiere comunicar es que la provisión que Cristo da para purificación es sin medida.
Noten también la posición que la fuente ocupa en el tabernáculo, primero está la puerta, segundo el altar, y luego la fuente de bronce; allí hay una progresión en el camino al Lugar Santísimo. Como ya dijimos, primero justificación y luego santificación, porque sin estas cosas nadie verá al Señor, Hb 12: 14.
El altar de bronce nos da el derecho de entrar a la presencia del Señor, pero la fuente de bronce nos da las condiciones necesarias para entrar a ver al rey. Nadie que no esté vestido de ropas dignas de la presencia del rey puede entrar a verlo; será echado a las tinieblas de afuera y allí será el lloro y el crujir de dientes, Mt 22: 11 a 13.
En aquella fuente se lavaban solo los sacerdotes y esto habla del lavamiento de la Iglesia, pues en ella todos somos sacerdotes, “…real sacerdocio, nación santa” 1 Pd 2: 9, eso somos todos los cristianos y, por tanto, allí se estaba tipificando nuestro lavamiento.
Cuando aquellos sacerdotes se lavaban ellos mismos sus manos y sus pies, como Jesús les dijo a sus discípulos: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio” Jn 13: 10. Aquellos sacerdotes, al ser ordenados a su oficio, fueron lavados por Moisés, y luego ellos mismos se lavaban sus manos y sus pies.
¿Pueden ver la tipología sobre la santificación del creyente? Cristo nos lavó del todo, como Moisés a los sacerdotes, y ahora nosotros mismos, como aquellos sacerdotes, nos lavamos nuestros pies, refiriéndose a nuestra cooperación en el proceso de santificación.
Lavar nuestras manos es lavar nuestras acciones con la Palabra de Cristo; lavar nuestros pies es lavar nuestras conductas con la Palabra del Hijo de Dios. Pero aquellos sacerdotes no podían llevar una cubeta adicional, y si no era suficiente el agua unos se lavaban de la fuente y otros de la cubeta, no. Solo el agua previamente vaciada en la fuente les podía limpiar.
Así a nosotros solo Cristo nos lava. Si no es Cristo quien nos lava, seguimos inmundos ante Dios y su ira está sobre nosotros. Y si los sacerdotes no cumplían con esta limpieza rigurosa, solo les esperaba la muerte.
Y así a todo hombre pecador, si no se lava en Cristo, creyendo en Cristo con arrepentimiento, morirá eternamente y será atormentado por la ira de Dios, por toda la eternidad, porque sus ojos no pueden ver el mal.
¿Pueden ver cómo es de completo este tipo para presentar el evangelio y dejarlo bien explicado? Todo hombre debe reconocer que es inmundo y que Dios es santo y repele lo inmundo. Todo hombre debe buscar su purificación, pero en la fuente correcta, en la Cruz.
¡Oh, Señor! Cuán grande es el poder purificador de Cruz, que ya nos purificó a los que creemos y nos continúa purificando por la palabra de la Cruz hasta llevarnos a la perfección, porque sin la perfección nadie verá al Señor.
¡Oh, Señor! Purifícanos más y más por la palabra de la Cruz. Te lo pedimos en el Nombre de Jesús, Amén.
Hay un precioso manantial -Poesía-
Para terminar, presentamos una gran poesía escrita por el
Poeta inglés William Cowper, traducida al español por M. Hutchinson, que hoy es uno de nuestros preciosos himnos.
Hay un precioso manantial
De sangre de Emanuel,
Que purifica a cada cual
Que se sumerge en Él,
Que se sumerge en Él,
Que se sumerge en Él,
Que purifica a cada cual
Que se sumerge en Él.
El malhechor se convirtió
Pendiente de una Cruz,
Él vio la fuente y se lavó
Creyendo en Jesús,
Creyendo en Jesús,
Creyendo en Jesús,
Él vio la fuente y se lavó
Creyendo en Jesús.
Y yo también mi pobre ser
Allí logré lavar,
La gloria de su gran poder
Me gozo en ensalzar,
Me gozo en ensalzar,
Me gozo en ensalzar,
La gloria de su gran poder
Me gozo en ensalzar.
Eterna fuente carmesí,
Raudal de puro amor,
Se lavará por siempre en Tí,
El pueblo del Señor,
El pueblo del Señor,
El pueblo del Señor,
Se lavará por siempre en Tí,
El pueblo del Señor. Amén.