“Y dijo a Moisés: Yo, tu suegro Jetro, vengo a ti con tu mujer y sus dos hijos con ella” (Éx. 18:6).
Al parecer Moisés había enviado a su esposa e hijos a casa de Jetro, su suegro, pues, no los quería exponer a la dura faena de la lucha contra el faraón, la salida de Egipto y las muchas fatigas que esto traía.
Pero, aunque Jetro estaba disfrutando de la compañía de su hija y nietos, siendo un hombre sabio, consideró que lo más apropiado era acompañarlos de regreso a su esposo y padre. Por tal razón emprende el viaje desde Madián hasta el desierto de Arabia, donde acompañaba Moisés y el pueblo de Israel.
Indudablemente, habrá momentos en los cuales los varones, debido a su ministerio o negocios, tendrán que estar ausente de su casa por un tiempo, como solía darse en el mundo antiguo; no obstante, lo más recomendable es que, tan pronto como sea posible, los hombres vuelvan a estar unidos a sus mujeres y a sus hijos.
La separación conyugal por mucho tiempo puede abrir la puerta a muchas tentaciones, aflicciones, temores, dudas; y si hay hijos, los expone a la desobediencia y la rebeldía.
Es muy posible que los apóstoles, en sus viajes misioneros, tuvieran que ausentarse por un largo tiempo de sus casas (Mt. 19:29); pero es necesario regresar y estar con la familia.
Moisés era ahora el líder del pueblo de Israel, el libertador, el legislador, el mediador; por lo tanto, su ejemplo como líder del hogar era imprescindible para la buena marcha de las familias, para la buena marcha de la nueva nación.
Que nunca nos ausentemos por tanto tiempo de nuestras familias al punto de que nuestras esposas o hijos experimenten ansiedad, angustia, desapego, temores, inquietudes; tan pronto como la Providencia así lo permita, regresemos al seno del hogar para disfrutar de la comunión con ellos.
Pr. Julio C. Benítez