“Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá a la guerra, ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó” (Dt.. 24:5).
Fue Dios quien, no sólo dio el matrimonio para bendición de la humanidad, sino quien también dio la “luna de miel” para deleite pleno de los recién casados.
Esta ley procuraba el gozo, deleite y compenetración de la nueva pareja, pues, cuando dos se unen en matrimonio, es cuando empiezan a conocerse realmente, y, el compartir continuo, sin interrupciones laborales, durante un tiempo prudente, permite este conocerse fundamental.
En los tiempos antiguotestamentarios la “luna de miel” duraba un año. El hombre, quien era el proveedor y protector, debía abstenerse de cualquier labor que lo sacara de casa. De allí que la costumbre de recibir regalos o dinero en la boda, no es reciente, sino muy antigua, pues, los familiares y amigos se encargaban de proveer, con estos regalos, para que el nuevo matrimonio no padeciera ninguna necesidad durante este tiempo de cesación de labores del marido.
No obstante, esto no significa que, de tanto en tanto, el marido no saque el tiempo necesario para compartir, durante varios días, con su mujer, aunque ya lleven varios años de casado, pues, el deleite mutuo en la soledad o tranquilidad, es necesario para reavivar las fuerzas que nos permiten continuar con un matrimonio saludable.
Los hijos, el trabajo, los retos y dificultades de la vida diaria, las enfermedades, entre otros, traen consigo cansancios y alejamientos que minan la dulzura del matrimonio. Por esa razón es bueno y altamente recomendable hacer alguno que otro viaje a un lugar donde puedan estar solos, orar de manera más intensa, meditar en la Palabra y solazarse mutuamente.
Pr. Julio C. Benítez