“No cometerás adulterio” (Éx. 20:14).
Los 10 mandamientos de la Ley de Dios están distribuidos en dos tablas. Los primeros 4 mandamientos se enfocan en la relación del hombre con Dios, en Su adoración; y los últimos 6 en las relaciones con el prójimo.
Esa es la razón por la cual Jesús resumió a la Ley en dos mandamientos: Amar el Señor con todo el corazón y amar al prójimo como a ti mismo. Estos no son los mandamientos uno y dos de la Tabla, sino el resúmen de las dos tablas.
Cuando el hombre anda a la luz de estos mandatos, y por el poder de la Gracia de Dios en Cristo, es habilitado para obedecerlos, y los hace, es un hombre feliz, libre y plenamente realizado.
Estos 10 mandamientos reflejan el carácter santo de Dios, y la santidad es el camino de la verdadera felicidad, pues, el Espíritu Santo dice: “Buscad… la santidad, sin la cual nadie verá a Dios”, y ver a Dios es la verdadera felicidad.
Por lo tanto, cuando Dios le ordena al hombre, y a la mujer, que no cometan adulterio, está procurando la felicidad del matrimonio. Pues, el adulterio destruye, amarga, corrompe y socava los fundamentos del matrimonio; el cual se basa en la fidelidad, la verdad, la entrega mutua y el compromiso de andar los dos juntos, amándose, en entrega total y única hasta que la muerte los separe.
El adulterio, ya sea emocional o físico, es una violación radical al carácter del matrimonio. El adulterio desdibuja lo que debe representar el matrimonio: La fidelidad de Dios a Su pueblo. Dios nunca le será infiel a Su pueblo. Por lo tanto, la orden perentoria de Dios para todos los casados es esta: No cometerás adulterio. Huye de todo lo que te lleve al adulterio. Procura proteger tu mente, tu corazón, tus ojos y toda tu vida de la más mínima cosa que pueda convertirse en el camino a la infidelidad conyugal.
Pr. Julio C. Benítez