“Si alguno engañare a una doncella que no fuera desposada, y durmiere con ella, deberá dotarla y tomarla por mujer” (Éx. 22:16).
La inmoralidad sexual o fornicación es un pecado muy condenado en la Biblia. El infractor debía morir. Pero, si los dos eran solteros, había una posibilidad de resarcir el daño causado, pues, en este caso, el hombre debía entregar la dote respectiva a los padres de la doncella y tomarla por esposa para siempre.
Es decir, si este hombre que conquistó el corazón de la doncella con sus dulces palabras, y luego la sedujo para que, por un momento, vivieran como si estuvieran casados, al tener relaciones íntimas con ella, entonces, siendo que había pecado contra ella y contra Dios, debía confesar su pecado y hacer todo el proceso para tomarla por esposa. Y nunca podría divorciarse de ella o despedirla (Dt. 22:29).
Esta ley buscaba proteger a las mujeres que eran seducidas y engañadas por los hombres, pues, cuando ellas perdían su virginidad, y no eran casadas, al ser así desprestigiadas, acudían a la prostitución o a la servidumbre para poder sobrevivir.
Hoy día esta prática nos parece muy extraña, pues, incluso entre muchos que se hacen llamar cristianos, la seducción, la inmoralidad o fornicación no es vista en la dimensión que Dios la mira, de manera que lo ven como un pecado “normal” que los hombres y mujeres cometen. Pero un hombre soltero, un hombre de verdad, un hombre de carácter firme, sabe que, si por los descuidos de los medios de gracia, y la debilidad de la carne, mancilló el honor de una doncella, debe procurar resarcir el daño causado. Y esto se hace, primero, confesando el pecado, y, segundo, buscando la forma de dignificarla casándose con ella y amándola por el resto de sus días.
Una vez más vemos que el matrimonio es una bendición para la sociedad, pues, permite resarcir los daños causados por la inmoralidad sexual, al procurar el arrepentimiento y la reparación.
Pr. Julio C. Benítez