“También si dos durmieren juntos, se calentarán; pero ¿cómo se calentará uno estando solo?”. (Ecl. 4:11).
Los matrimonios, aunque suelen empezar en el calor y frescura de la primavera, siendo extasiados por las ambrosías del amor y el romance, con la expectación del maravilloso viaje que empezarán a recorrer los dos juntos; después, cuando los años transcurren y viene el desgaste natural que producen los roces, las discusiones, los problemas, entre otros; entonces, el frío de la soledad, la ausencia, el distanciamiento, entre otros, empiezan a carcomer los huesos y a incrementar el dolor y la aflicción.
Pero, el sabio autor del Eclesiastés nos deja ver que, en esos momentos de soledad o frío invernal, lo más apropiado es que los dos se unan bajo intensa oración, estudio de la Palabra, meditación y comunión; pues, cuando la chispa del uno se une a la chispa del otro, se enciende el fuego y pronto habrán entrado nuevamente en el calor de la relación matrimonial.
Se provocarán al amor y a las buenas obras, se provocarán a la oración y la meditación de la Palabra, se provocarán al no dejar de congregarse, se provocarán al servicio; en fin, Dios usa el amor, la amistad y el cariño del uno para aliviar las penas del otro, para despertarlo del sueño espiritual, para estremecerse cuando el pecado está destruyendo su fervor por Cristo.
Pero, este calentamiento mutuo cuando el gélido frío ha inundado el cuerpo implicará sacrificio, pues, si el cuerpo del otro está más frío, para mí será molesto tocarlo, no obstante, si los dos están dispuestos a este sacrificio inicial, muy pronto se darán cuenta que ambos habrán entrado en calor.
El Señor nos ayude a cultivar esta cercanía marital.
Pr. Julio C. Benítez