“María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado; porque él había tomado mujer cusita”. (Núm. 12:1).
Suele suceder que entre las familias surgen conflictos por la mujer escogida como esposa por un hijo o pariente muy querido, pues, de una manera, muchas veces, insensata, la familia descalifica a cualquier mujer, independiente de la condición moral, familiar, social, cultural o económica de la que venga, simplemente por el hecho de que “nuestro hijo” o “nuestro hermano”, merece una mejor mujer.
Esto sucedió en la familia de Moisés. Al parecer sus hermanos, Aarón y María, no estaban conformes con la mujer escogida por Moisés, el gran legislador de Israel, para que fuera su esposa. Al parecer no les agradó que fuera cusita, de una tribu africana o madianita. Les molestaba, probablemente, el color de su piel, o tal vez, el hecho de que ella no fuera descendiente de la línea de Isaac y Jacob.
A pesar de que la esposa de Moisés había profesado la fe en el Dios vivo, y había estado con él en esta travesía por el desierto, mostrando así sujeción y fidelidad; para ellos, esta mujer no era digna de la posición espiritual y de liderazgo de su hermano Moisés.
Pero cuán equivocados estaban en su apreciación, pues, Dios no mira el color de la piel o la nacionalidad, sino el corazón, la fe, la confianza en Cristo, y la dependencia plena de la gracia de Dios como condiciones necesarias para que sus hijos se casen.
Las diferencias culturales, raciales, familiares, sociales o económicas, sin inventos del hombre en su estado caído que no deben estorbar que dos hijos de Dios, hombre y mujer, que se aman y deciden andar juntos el resto de sus vidas, no deben ser un obstáculo para el matrimonio; y las familias deben aprender a amar y aceptar a una persona así, pues, ahora, por medio del matrimonio, llega a ser miembro de la nueva familia.
Pr. Julio C. Benítez