“Y le multarán en cien plazas de plata, las cuales darán al padre de la joven, por cuanto esparció mala fama sobre una virgen de Israel…”. (Deut. 22:19).
La calumnia es un pecado gravísimo que daña la buena fama de otra persona, y las consecuencias de la calumnia perduran por mucho tiempo, pues, cuando se difama a otra persona, es como tomar un puñado de plumas y lanzarlas desde el pico de una colina en un día de fuertes brisas, pues, por mucho esfuerzo que se haga en bajar al valle donde fueron desperdigadas para recogerlas todas, siempre quedarán algunas escondidas entre los árboles o el prado.
La calumnia ha causado odio entre amigos, separación entre familiares, juicios y castigos injustos sobre el inocente, y toda clase de males, desprecios y señalamientos entre la humanidad.
Pero si la calumnia es un mal despreciable en la sociedad, lo es más en aquella sociedad íntima que forman hombre y mujer- el matrimonio-, pues, se levanta como fiero enemigo que mina la confianza, causa grandes aflicciones, resentimientos, rencores, insatisfacción, vejación y profundas humillaciones.
La calumnia dentro del matrimonio es una zorra pequeña que carcome lentamente las raíces de la vid y la destruye por completo.
El esposo debe procurar nunca hablar mal de su esposa, y viceversa, así se encuentren en medio de un terrible conflicto. Es mejor callar cuando se está bajo el furor ardiente de las llamas de la ira, y es mucho mejor evitar hacerlo quedar mal ante otros, hablando sobre asuntos de la vida íntima o de la relación matrimonial, lo cual puede convertirse en una ofensa para el otro que difícilmente podrá ser quitada.
Pr. Julio C. Benítez