“No podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida, porque es abominación delante de Jehová, y no has de pervertir la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad”. (Deut. 24:4).
Jesucristo nos enseñó que Dios permitió el divorcio por causa de la dureza del corazón del hombre, así como permitió otras ciertas prácticas en la ley de Moisés, todo esto con el fin de evitar males más grandes dentro de la sociedad.
Si un hombre hallaba que su esposa fornicó con otro hombre antes de casarse, entonces, él la podía despedir para que no fuera más su esposa; pero, con el fin de evitar que estas mujeres despreciadas llegaran a un estado de pobreza económica tal, que se volvieran pordioseras o prostitutas; con esta carta de divorcio se les permitía casarse otra vez.
Pero, lo que no se permitía es que, una vez casadas con otro hombre, si este muriere o la abandonare, el primer marido, o el marido anterior, volviera a casarse con ella, pues, esto era considerado abominación delante de Jehová. ¿Por qué razón? Porque Dios quería evitar que en su pueblo se cometieran las vilezas de los paganos, los cuales intercambiaban a sus esposas con otros hombres y luego volvían a estar con ellas en intimidad.
El matrimonio es solo entre un hombre y una mujer, allí no caben tres, pues, eso es perversión y abominación.
Por lo tanto, antes de separarte de tu mujer, medita bien lo que has de hacer, pues, Dios considera perversión volver a tomarla cuando ella se haya unido a otro hombre, y te das cuenta que en realidad la amas y que la necesitas.
El divorcio trae consigo maldiciones, pero la perversión destruye la hermosura de aquellas cosas buenas que Dios ha creado, y considera insignificante aquello por lo cual Dios dio sus santas leyes.
Pr. Julio C. Benítez