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“Esto es lo que ha mandado Jehová acerca de las hijas de Zelofehad, diciendo: Cásense como a ellas les plazca, pero en la familia de la tribu de su padre se casarán”. (Núm. 36:6).
Existe una falsa perspectiva generalizada respecto a las instrucciones bíblicas sobre la autoridad de los padres y los matrimonios “arreglados” en los tiempos del Antiguo Testamento, en el sentido de que se considera que, siendo los padres los responsables de los hijos, incluso en lo que tiene que ver con quién se debían cansar, esto supone que, en especial, las hijas, debían casarse de manera obligada con el hombre escogido por los padres, sin tener en cuenta la opinión de ellas.
Pero la realidad es otra, las hijas eran preparadas e instruidas por sus padres para el matrimonio, y para que se casaran con un hombre honesto, trabajador y fiel al Señor; es decir, con un hombre del mismo pueblo de Dios, pero no se imponía a la fuerza con qué hombre se debían casar, sino que, en medio de las recomendaciones paternas, el consentimiento de las hijas era tenido en cuenta, pues, el matrimonio es una unión de por vida que se debe hacer con plena conciencia y entrega.
Los hijos deben contar con la bendición y consentimiento de los padres, pero los padres no deben imponer a sus hijos con quién casarse, excepto que lo deben hacer en el Señor, con un hijo o una hija de Dios.
Esto también implica que, aunque los padres debemos propender que nuestras hijas se casen con hombres trabajadores que asuman su responsabilidad y no vayan a disminuir las condiciones de vida que ahora ellas tienen en casa de sus padres, las condiciones económicas, sociales o laborales del varón escogido por ella no debieran ser puestas como un obstáculo serio para que se casen en el Señor.
El matrimonio es en el Señor, y conforme al deseo sincero de cada uno de los dos.
Pr. Julio C. Benítez
