“Pero si fuere casada e hiciere votos, o pronunciare de sus labios cosa con que obligue su alma; si su marido lo oyere…”. (Núm. 30:8).
Los votos son un asunto sagrado, pues, es el compromiso que hace una persona delante de Dios para cumplir o hacer algo que redunde para la gloria del Altísimo.
Existían distintas clases de votos, como el nazareato, los cuales eran una respuesta del alma agradecida con Dios, buscando así dar algo a Dios por un favor recibido. Otros hacían votos para rendir un servicio especial a Dios durante cierto tiempo. Y otros hacían votos si Dios les concedía algo que estaban pidiendo.
Por ejemplo, Jacob prometió adorar a Dios y dar los diezmos de todo si Él lo protegía (Gén. 28:20); Jefté hizo un voto de sacrificar a la primera persona que lo saliera a recibir en casa, si Dios le concedía la victoria en la guerra contra los amonitas (Jueces 11); Ana hizo voto ante de Dios de darle a su hijo, si Él se lo concedía (1 Sam. 1).
Siendo que los votos eran un asunto tan serio, pues, requería su cumplimiento de parte del que lo hizo, ya que de lo contrario sería considerado una ofensa terrible contra Dios; entonces, Moisés regula este asunto respecto a aquellas personas que estaban bajo autoridad, ya fuera de parte de sus padres o de sus esposos; pues, el voto de una hija o de una esposa, sin el consentimiento de aquellos que le fueron dados por cabeza, podía desencadenar una serie de consecuencias perjudiciales para la familia o el matrimonio.
De allí que una esposa debía consultar con su marido antes de proferir algún voto delante de Dios.
Este orden tenía como fin proteger a la mujer misma, pues, suele suceder que, en un impulso emotivo, haga ciertos compromisos que luego no podrá cumplir.
Una vez más vemos la importancia de la preservación de los roles de autoridad y sujeción en el hogar, y la importancia de la adoración familiar armónica, en común acuerdo entre esposo y esposa.
Pr. Julio C. Benítez