“José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente” (Mt. 1:19).
Con mucha frecuencia escuchamos a personas decir, “yo soy de los que digo al pan, pan; y al vino, vino”, dando a entender que no se guardan nada cuando tienen que confrontar al otro, y que la mejor forma de andar en esta vida con rectitud es confrontando a los demás por las cosas que, supuestamente han hecho mal.
Y, aunque es correcto confrontar al hermano cuando sé que tiene algo contra mí, como enseñó nuestro Señor en Mateo 5:23-24, o cuando ha pecado gravemente (Mt. 18:15-21); la Biblia también enseña que el amor cubrirá multitud de pecados (1 P. 4:8); las dos cosas no son excluyentes, sino, complementarias.
María, según la interpretación errada de José, debido a su desconocimiento de lo que estaba pasando, estaba embarazada de otro hombre, es decir, según José, ella había cometido el pecado de la fornicación, y, según la ley de Moisés, siendo que ellos aún no habían completado el proceso del casamiento, él podía dejarla, entregándole una carta de divorcio, o, llevarla al tribunal de los ancianos para pedir que fuera apedreada según la Ley de Moisés (aunque para esa época los judíos no tenían autoridad para aplicar la pena capital).
José era un hombre justo, por lo tanto, actuaba conforme a la Ley, y meditaba en el asunto de tener que abandonarla. Pero José era un hombre bondadoso, y estaba luchando en cómo hacer el proceso, de tal manera que ella no fuera expuesta a la ignominia o el desprecio público. Él no quería que ella fuera infamada o se convirtiera en objeto de burla o de malos comentarios. A pesar del supuesto pecado de ella, él la amaba, por lo tanto, quería, hasta donde fuera posible, guardar la dignidad de ella.
¡Qué ejemplo maravilloso de justicia y bondad! Los cónyuges debemos procurar que nunca la honra o dignidad del otro sea mancillada, así estemos enfrascados en una discusión, o así se haya presentado una ofensa entre los dos.
Pr. Julio C. Benítez