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“Jehová de los ejércitos, si te dignares a mirar a la aflicción de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida…” (1 Sam. 1:11).
La esterilidad siempre ha sido vista como algo negativo, pues, impide a los matrimonios la procreación y la continuación de la línea sanguínea familiar. La esterilidad ha sido causal de divorcio, conflictos entre familias y fuertes desprecios.
En la Biblia muchas de las grandes mujeres fueron estériles, pero Dios se plació en escuchar sus ruegos y el de sus esposos concediéndoles hijos que luego llegaron a ser siervos connotados en la historia de la redención.
Uno de estos casos fue Ana, quien oró de corazón sincero y con sentidas súplicas al Señor para que, por lo menos, le concediera un hijo varón, el cual sería dedicado al servicio exclusivo del Señor en el Tabernáculo.
Es decir, Ana no quería un bebé solamente para experimentar el gozo del embarazo y la maternidad, sino para entregarlo como una ofrenda de servicio al Dios que la salvó. Por eso, cuando destetó al bebé, lo llevó al sacerdote para que el niño se criara y sirviera siempre al Señor, diciendo: Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová.
Los hijos son un regalo del cielo, así no se haya sido estéril, pues, es por la voluntad divina que los vientres pueden concebir. Por lo tanto, como creyentes, debemos consagrar al Señor nuestros hijos, no necesariamente para que sean ministros o predicadores, sino para que lleguen a ser ciudadanos del Reino que ejercen sus dones para el crecimiento del mismo, y excelentes ciudadanos de la nación, que sirvan a la nación desde su profesión y oficio, buscando glorificar a Dios en todo lo que hacen.
Y, cuando ellos deben salir del seno del hogar, porque se casan o son llamados a una labor fuera de nuestra localidad, entonces, los dejamos ir, pues, ellos no son nuestros, le pertenecen a Dios, y fueron dados para el bienestar de la sociedad.
Pr. Julio C. Benítez
