“Y descolgó Mical a David por una ventana; y él se fue y huyó, y escapó” (1 Sam. 19:12).
El malvado rey Saúl casó a su hija Mical con David para ponerle trampa, pero ella, a diferencia de la astuta y materialista Dalila, decide ser la salvadora de su esposo, haciendo todo lo que estuvo a su alcance, para librarlo de las asechanzas y tramas de su padre.
Así como los padres nunca deben casar a sus hijos buscando un bien personal y egoista, los hijos, cuando se casan, deben hacer todo lo que está a su alcance para que el pecado de los padres no termine afectando el matrimonio.
Y si algún día, por alguna razón, los hijos deben escoger entre la lealtad a los padres o la lealtad al cónyuge, la prioridad la tiene aquel a quien le dieron el sí delante de Dios, a quien juraron amar, cuidar, proteger en toda circunstancia.
Aunque, es sabio procurar que, cuando surgen conflictos entre padres y cónyuges, haya paz, se enfríen los ánimos caldeados y se alcance el nivel del diálogo tranquilo e inteligente.
Además, este pasaje nos deja ver que es sabio para los esposos escuchar las advertencias de sus mujeres, pues, David pudo decirle a Mical que ella no tenía la autoridad para indicarle lo que devía hacer (machismo), y quedarse dormido imprudentemente. O pudo seguir, como lo hizo, el consejo de su esposa, librado así su vida de la muerte. Los consejos de una esposa nunca deben ser desestimados.
Mical comprendió la importancia del matrimonio y la solemnidad de los votos nupciales, por lo tanto, no teme ayudar a su esposo en detrimento de los objetivos malos de su padre.
Quiera el Señor ayudarnos a dar la prioridad al cónyuge en este tipo de conflictos.
Pr. Julio C. Benítez