¿Quién es el hombre fuerte? ¿Podemos atar al hombre fuerte?

Pregunta:

Estimado pastor: Gracias por su ayuda.

Mi pregunta es: ¿quien es el hombre fuerte y si se podrá atar al hombre fuerte?
Esta inquietud nace por que en mi congregación el pastor continuamente habla de formar un grupo para subir a la montaña más alta y atar al hombre fuerte.
Por su ayuda mil gracias.

Bendiciones

Respuesta:

Saludos fraternales.

Gracias por enviarnos su pregunta. Revisemos el texto bíblico donde Jesús habla del hombre fuerte, y dejémos que la Palabra del Señor nos diga a qué se refería Cristo con esa declaración.

Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios. Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa” (Mt. 12:28-29).

Para interpretar correctamente este pasaje, conforme al Espíritu Santo, es necesario mirar el contexto. Al comienzo del capítulo 12, Mateo muestra la confrontación constante entre Jesús y los fariseos. Estos falsos religiosos buscaban toda oportunidad para rechazar a Jesús. Aunque ellos estaban viendo los milagros de Cristo, los cuales confirmaban que él era el Mesías esperado, no obstante, ellos prefirieron no ver lo que estaban viendo, y rechazaron de manera consciente al Salvador.

Los fariseos se preocuparon mucho cuando vieron que sus hermanos, los judíos, estaban empezando a preguntarse si Jesús sería verdaderamente el Mesías, el Hijo de Dios: “Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba. Y toda la genta estaba atónita, y decía: ¿Será éste aquel Hijo de David? (v. 22-23).

Ellos no querían creer que este humilde carpintero de Nazaret fuese el Hijo de David, por eso, prefirieron creer que Jesús echaba fuera los demonios, y daba salud a las personas, por el poder del diablo: “Más los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios” (v. 24). Los fariseos consideraban que Jesús mismo era Beelzebú, que él mismo era el diablo: “El carácter completamente vergonzoso de la acusación se hace más claro por el hecho de que considera a Beelzebul no como un espíritu malo que ejerce influencia siniestra sobre Jesús desde afuera; no, se considera como que Satanás está en el alma de Jesús. Se dice que éste tiene un espíritu inmundo (Mr. 3:30; cf. Jn. 8:48); que en realidad él mismo era Beelzebul (Mt. 10:25).”[1]

Jesús responde a la incredulidad de los fariseos mostrándoles lo absurda, contradictoria, imperdonable y perversa acusación: “Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad y casa divida contra sí misma, no permanecerá. Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino? (v. 25-26). Si él fuera Satanás entonces sería un tonto, pues, está haciendo daño a su propio reino.

Luego, Jesús pone en un dilema a los fariseos al preguntarles: “si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán vuestros jueces” (v. 27). Si los fariseos respondían que sus hijos echaban fueran los demonios (habían exorcistas entre los judíos) por Beelzebú, entonces ellos mismos se daban una puñalada al desprestigiar a sus propios maestros; pero si decían que lo hacían por el poder de Dios, entonces, ellos vindicaban a Jesús, quien también echaba fuera los demonios.

Ahora, indudablemente los fariseos creían que sus maestros echaban fuera los demonios por el poder de Dios, y les tocaba reconocer que Jesús también lo hacía por el mismo poder. De manera que Jesús les dice que vean lo que deben ver: “Pero si yo por el dedo de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (v. 28).

El reino de Dios, o el reino de los cielos, es la manifestación gloriosa de la Gracia divina que hace débil a Satanás y su reino de rebeldía, de manera que muchos pueden ser alcanzados por el poder de Dios para librarlos de las garras de este destructor enemigo. Con Jesús vino el reino de Dios a la tierra y, desde ese momento, la fortaleza de Satanás ha sido vulnerada y el evangelio puede llegar a muchas personas que eran esclavas del diablo: “Y volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y (Jesús) les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc. 10:17-18). El reino de Dios, que es Cristo mismo, trae liberación al pecador que cree en él.

Pero para que el evangelio o reino de Dios traiga liberación al pecador, primero es necesario que el opresor, el hombre, fuerte, aquel que mantenía en esclavitud a la humanidad sea atado o amarrado. “Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa (v. 29). Satanás vino para hurtar, matar y destruir (Jn. 10:10), él tenía bajo su poder alienador al género humano caído (2 Cor. 4:4). La mayor parte del mundo conocido estaba bajo el poder del paganismo, la idolatría y el ocultismo. Satanás tenía bajo opresión a casi todas las naciones.

Para que el evangelio salvador pudiera llegar a cada una de estas naciones y pueblos esclavizados por el poder del maligno, el hombre fuerte, era necesario que un hombre más fuerte viniera y lo atara. Ahora, nos debemos preguntar: ¿Quién es el hombre más fuerte que puede atar al hombre fuerte? CRISTO y sólo Cristo. Lucas, en su evangelio, narrando el mismo acontecimiento, da más claridad sobre esto: “Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín” (Lc. 11:21-22).

Satanás es el hombre fuerte, que tenía un reinado en este mundo de pecado y gobernaba sobre los suyos con tranquilidad, pero cuando vino Cristo, el hombre más fuerte (porque es su creador), entonces ató al hombre fuerte, golpeó severamente sus fortalezas y abrió el camino para que su ejército (los cristianos) entráramos en los campos del diablo (la gente inconversa) y saquearemos esas almas, trayéndolas a la luz del Evangelio liberador.

Sólo Jesús podía atar a Satanás, pues, ninguno de nosotros es más fuerte, ni siquiera igual de fuerte que Satanás. Jesús, con su venida  la tierra, su obra, su muerte y resurrección, cumplió la profecía que Dios hizo en Génesis: “ésta (Jesús) te herirá en la cabeza, y tú (Satanás) le herirás en el calcañar” (Gen. 3:15). Jesús hirió la cabeza de la serpiente, y ahora los cristianos podemos entrar a la casa del hombre fuerte para arrebatar las almas que tenían cautivas.

Jesús no nos mandó a atar al hombre fuerte, porque ya está atado. Ahora podemos llevar el evangelio a todo lugar y creerán en él los que Dios haya predestinado para salvación.

La práctica de subir a un lugar alto para “atar” a los gobernantes espirituales no es bíblica, es una invención de este siglo y está relacionado con el ocultismo. La práctica de dar siete vueltas alrededor de las ciudades con el fin de derribar los muros de incredulidad o echar fuera las potestades demoníacas no es bíblica; insisto, se parece más a la brujería que al cristianismo.

No se trata de una declaración temeraria o emotiva, no, la Biblia en ningún lugar enseña, ni por ejemplo ni por precepto, que las iglesias se suban a lugares altos a atar potestates, no necesitamos hacer eso porque JESÚS, el hombre MÁS FUERTE, ya ató a Satanás. Lo único que tenemos que hacer los creyentes es orar para que la Palabra de Dios impacte los corazones. Cuando el apóstol Pablo se dirigía a llevar al evangelio a zonas atestadas por el paganismo, la idolatría y el ocultismo, él no le pidió a los creyentes que oraran para reprender o atar a Satanás, sino para que “la palabra del Señor corra y sea glorificada” (2 Tes. 3:1).

Cuando los apóstoles empezaron a sufrir la persecución de los judíos (algunos de los apóstoles habían sido llevados a la cárcel)  y esto estaba obstaculizando la evangelización de Judea, ellos no se subieron a las colinas más altas a atar a Satanás, sino que oraron al Dios Soberano de la siguiente manera: “Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay… ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús” (Hch. 4:24, 29-30). ¿Saben? Jesús había dicho, a través de Juan, que Satanás era quien iba a echar a los creyentes a la cárcel: “No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí el diablo echará a alguno de vosotros en la cárcel” (Ap. 2:10). Pero los apóstoles, aunque sabían que Satanás estaba detrás de esto, no empezaron a reprenderlo, ¿Por qué? Porque esta no es la misión de la iglesia, pues, Cristo ya lo hizo. Él lo derrotó, él lo ató y ahora nosotros tenemos la responsabilidad de llevar el evangelio a todos los lugares, a todas las naciones, y todos los que Dios quiera salvar se convertirán, no importan si son idólatras, brujos, hechiceros o lo que sean, el PODER DE DIOS en Cristo Jesús los liberará de las garras del maligno y ellos podrán creer en Cristo.

Algunas personas se confunden cuando encuentran que Cristo les dice a los discípulos: «He aquí, os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará» (Lc. 10:19). Llegan a la conclusión de que el Señor nos autorizó a hacer guerra espiritual atando a los espíritus, pero eso no es lo que quiere decir el pasaje. Para entender su significado tenemos que ver cómo lo aplicaron los apóstoles: Ellos fueron por todos los lugares predicando el evangelio de salvación, sanando a los enfermos y llevando liberación a los cautivos del diablo mediante el poder de la palabra predicada. El libro de Apocalipsis es muy claro en decirnos la forma cómo los cristianos hollamos, pisoteamos y derrotamos cada día a Satanás: «Y ellos le han vencido por medio de la sangre del cordero y de la Palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (Ap. 12:11). Los cristianos vencemos a Satanás cada día por medio del vivir en santidad, de negarnos a nosotros mismos con el fin de vivir para Cristo, de ser limpiados con la sangre de Cristo y proclamar el evangelio.

Su servidor en Cristo,

Julio César Benítez

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